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Fecha: 01.03.2009 - 17.44 Autor: talvez |
Sentía que hoy difícilmente iba a encontrar serenidad o suficiente atención porque me encontraba demasiado algo más que desanimada, otro paso más, ese paso en que te encuentras en medio de la “nada”.
Llegué con la cabeza gacha, intentando evitar las miradas, los encuentros con aquellos que sabía me saludarían con esos gestos amigables de acogida, de aceptación, una aceptación que tal vez yo quería negarme
Y sonó
Y allí vinieron a sentarse a mi lado y escuchar juntos
Mc 1, 12-15
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio”.
Sentía que hoy difícilmente iba a encontrar serenidad o suficiente atención porque me encontraba demasiado algo más que desanimada, otro paso más, ese paso en que te encuentras en medio de la “nada”.
Sin embargo, tras leer el texto , J, supo como es habitual en él, incluir esas palabras, esos que a veces nos suenan a “cuentitos” lejanos, en la vida del día.
Y me “agarró” la atención con su primer comentario. El llamó la atención, ya no sobre el desierto, que más o menos todos interpretábamos como “nuestro particular desierto”, sino sobre que “fue llevado”.
Es decir, en esta ocasión no dice.. “… y Jesús se retiró al desierto…”, “… y Jesús abandonó aquél lugar…”, noo, sino que dice.. “… Jesús fue llevado, el Espíritu llevó a Jesús…”.
Y ya!, ahí me captó!. Porque es esa sensación seguro que por todos o muchos conocida, la de que “pero qué pinto yo aquí” o “pero cómo he llegado aquí”, pero “ qué he hecho para verme así….”.
Y , a veces , como decía J, no es que no quisiéramos estar allí o no nos encontremos a gusto, sino que no entendemos cómo llegamos o qué hacemos allí .
Otras veces sí, además, es un lugar, una situación que nos causa mucho dolor y que tampoco entendemos ni entendemos qué nos llevó allí, tan lejos de donde encaminábamos nuestros pasos.
Bien, a partir de ahí, efectívamente , entre todos fuimos cada quien viendo nuestro desierto, cómo era, cómo era esa situación reciente o tan pasada en la que nos encontramos y que efectívamente uno se siente solo en medio de una inmensidad, con un sol que te aplana (la quemazón del dolor, de la fatiga sostenida), sin alimento ni agua que llevarte a la boca ( nada parece que te satisfaga y nada de lo que sí hay parece ser lo que necesitas) necesitas lo básico, agua, es decir, el ser humano, la fuente de vida, la comprensión, el afecto, el tacto, de otro ser humano.
Además sí tienes compañía, la de las alimañas, los remordimientos, las penas, las dudas, las autoinculpaciones, los rencores, los recuerdos que una vez fueron bellos y que ahora se transformaron en víboras que amenazan con su lenguas siseante, la pena por las traiciones, el abandono, la confusión y el vértigo de tantos recuerdos que se agolpan intentando ser la explicación que no encuentras, y
También están los ángeles, ángeles que antes no percibías y que en esa soledad toman ahora entidad, ahora sí los sientes, y te sirven, claro que sirven. Y aún así, no evitan el sufrimiento, son cuarenta días en esas condiciones aún con ángeles, no evitaban la situación, no evitaban el sufrimiento, la soledad, esa soledad ante la decisión difícil.
Tantas preguntas???, qué hice para llegar aquí, por qué estoy aquí, para qué estoy aquí, saldré de aquí?, y cómo y .., acaso estaría equivocado??, acaso lo que tenía claro, aquello que fui pagando mi precio día a día además fue inútil, fue malo???, porque.. por qué si no estoy aquí.
Y estos ángeles que me acompañan, que me consuelan, que me indican , que son la señal de que no estabas equivocado en tu caminar, acaso no serán un espejismo??.
Y concluye: Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio”.
( 40 días de desierto, 40 años de exilio de los israelitas, 40 días es otro símbolo, 40 es una vida)
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Fecha: 02.03.2009 - 22.53 Autor: Bendecida123 |
Jesús! Te hiciste hombre. Has dejado a las puertas de este mundo no sólo tu espada, sino también tu coraza. Este episodio del desierto, demuestra que tu tarea mesiánica es un trabajo verídico y arduo, que lo llevarás a cabo lealmente en la coherencia. Más que el primer capítulo de tu vida pública, este momento viene a ser uno de esos prólogos imprescindibles dónde en una especie de discurso programático se nos da la clave de interpretación de todo el libro. Imposibilidad significa imposibilidad, oración significa incertidumbre. ¿Soy el diablo? El diablo no necesita hacerte dudar. La incertidumbre es consustancial, la asumiste con todas las demás flaquezas humanas. Sin menoscabo de tu santidad, desde luego. Pero considero que tú no eres un Dios en vacaciones. No eres un rey que ha decidido viajar de incógnito por sus dominios para observar a sus súbditos desde otro punto de vista. No eres el propietario de una mina que se pone el casco y baja dos horas a inspeccionar el trabajo de las galerías. Eres hombre, y esto quiere decir que estás sujeto a todas las miserias humanas. Eres Dios, y esto quiere decir que no puedes cometer un fraude: que no puedes dispensarte de ninguna miseria humana. Claro que, sí eres Dios, tampoco puedes cometer ningún pecado. ¿Eso creo? La bondad y la no posibilidad del pecado le pertenecen a la definición de Dios, lo mismo que el agua a la definición del mar y el volar a las aves. ¡Lo sé muy bien! Aunque hay aves que no pueden volar y aguas que no son la mar.
En realidad, ahora no te estoy proponiendo un pecado, ni es esta la tercera tentación sino, digámoslo así: este es un pacto de civilidad entre dos contrarios. Mi pacto consiste en lo siguiente: te cedo para siempre el mundo de los hombres, me retiro para siempre de la Tierra, jamás volveré a disputarte la posesión de una sola de sus criaturas, si a cambio de ello me das un trono en frente del tuyo, para siempre, para perpetuar entre nosotros la relación amistosa que este pacto representa y a la vez inaugura.
Torpemente, los evangelistas transcribirán: "Te daré todos los reinos de la tierra si, postrado en el suelo, me adoras". El lenguaje humano siempre ha sido inepto. Nada más opuesto a la tentación que un pacto. Nada más opuesto a la adoración o a la humillación que el resultado de un pacto concertado entre dos caballeros con educación, como tú y yo lo somos.
Y ahora mira. He ahí el mundo con toda su gloria y su historia. El mundo con sus reinos de mil colores. Son mil reinos, y cada reino tiene mil ciudades, y cada ciudad tiene mil calles, y cada calle tiene mil casas, y cada casa tiene mil hombres. Tú sabes que nuevas ciudades se alzarán sobre las ruinas de las civilizaciones desaparecidas. Tú tienes ahora todo al alcance de la mano, el norte y el sur, el oriente y el poniente, el pasado y el porvenir, los hombres y las mujeres, los abuelos y los nietos. He ahí la totalidad de la historia, iluminada por un relámpago que ha rasgado la noche y ha inmovilizado el tiempo He ahí al hombre. He ahí el reino de la tierra, he ahí mi oferta, mi parte de la negociación. Ahí los tienes, son tuyos, puedes hacer con ellos lo que gustes. Yo renuncio a ellos, renuncio a disputártelos. Dime: ¿vamos a seguir tú y yo, como los torpes hombres, enemistados por causa de ese puñado de votos y de casillas? Tú y yo no necesitamos ni de tribunales electorales ni de segundos comicios, es más, ni de primeros.
He aquí mi propuesta, he aquí mi proyecto para un pacto decoroso que satisfaga a ambas partes y que quede como un ejemplo para los hombres así en el presente como en la posteridad. Te entrego en su totalidad el mundo de los hombres, con la promesa de retirarme de él para siempre, si a cambio me das un trono en frente al tuyo, una silla igual que la tuya, un cetro igual que el que tienes en tu mano y una corona como la que ostentas en tus sienes. Yo, "el Príncipe de este mundo" –como tú mismo me llamas-, renuncio desde ahora a tal título y te lo cedo para siempre. Tú te quedas con los hombres, para mí será el otro extremo del universo, una cámara púrpura en el confín del Septentrión. Y volveremos los dos a una apacible vida de otro tiempo, cuando no existía el tiempo, cuando no existía esta insignificante zona de fricción que es la tierra, ni estos ineptos vasallos como lo son los hombres.
Si acaso, una leve diferencia ahora, tras la firma solemne del más grande pacto signado entre diplomáticos: por una parte, tu satisfacción de contar con la adhesión infinita de esas criaturas que tanto dices amar, por otra parte mi orgullo de ser un rey, aunque lo sea de un reino solitario. Tú sabes que eso es lo que amo: ser Rey. Son dos complacencias o gozos adicionales, correlativos, que vendrían a enriquecer la simetría. ¿Aceptas? -¿Quieres ser Rey? Te entregaré mi mundo -el mundo es del demonio- con sólo que un segundo me des adoración y testimonio.
"Satán, yo no pretendo adueñarme del mundo sino liberar al mundo. En todos los reinos que tú pretendes que sean tuyos, los corazones de sus habitantes siguen anhelando algo que tú no puedes ofrecerles: la paz del alma y el amor desinteresado. Más que vencer y dominar al mundo prefiero vencer el mal que hay en el corazón de los hombres y sé que así se podrá vencer al mundo. Venceré al mundo porque entraré en el corazón de tus publicanos, de tus jueces, de tus comisarios, y los rescataré de la culpa y del pecado, y los enviaré, limpios, otra vez a sus ocupaciones. Les diré que de nada aprovecha ganar todo el mundo si pierden su alma inmortal. Puedes guardarte tus reinos. Para mí, ¡Más vale perder todos tus reinos, el mundo entero, que perder una sola de las almas!
No me interesan los reinos sino el Reino. Los reinos del mundo deben ser elevados al Reino de Dios y no el Reino de Dios al reino de este mundo. ¡Atrás, Satán!"
-Antes perderlo todo que una ofensa
al Creador infinito. Adorarás, Satán, su Gloria inmensa: En mi libro está escrito.
Es tiempo de que nos marchemos de aquí..., la predicación del Reino tiene que empezar...
Oye Jesús, ¡sí, a ti te hablo!, qué rápido ha pasado el tiempo, ¿no te parece? como si fueran solo tres minutos me han parecido estos tres años, y nuevamente aquí estoy frente a ti. ¿Te acuerdas? Todo cambió al volver de allí, en cuanto dejaste el famoso lugar de las tentaciones. Gracias sean dadas al Altísimo, al Invicto. Tras aquella realidad que asemejaba una pesadilla atroz de encuentro con el Diablo, volviste del desierto a toda prisa, ansioso de encontrarte con un hombre de carne y hueso, un hombre cualquiera con una azada al hombro. Qué alegría, qué alivio, divisar el humo de un hogar. Era como ondear la propia bandera después de haber huido del territorio enemigo, y máxime si regresabas victorioso. ¿Victorioso? Aceleraste el paso. Llegaste a la puerta y entraste. Tenías hambre, querías comer. Pero, sobre todo, querías hablar con alguien. Volverías a Nazaret y de nuevo empuñarías tu viejas herramientas. Pero, ¿cómo explicar a tus vecinos esa larga ausencia tuya del pueblo? ¿Qué les ibas a contar que hiciste durante cuarenta días? Elegiste lo mejor: no regresar a tu casa paterna, ir sólo de visita, y te acuerdas que mal te trataron. Un hermoso sueño. Pero ya es hora de despertar. ¿Quién dijo que la vida es un sueño y un frenesí? Sólo es sueño la vida soñada y el frenesí es la locura que ahora estás viviendo. Sueño ha sido lo que acabas de soñar, esa alucinación con que he querido regalarte durante unos minutos. El sueño ya pasó, y la vida real no es sueño sino verdad. La verdad, tan distinta de lo que ha sido tu breve delirio, la verdad verdadera, es que ahora estás clavado en una cruz a punto de morir, en las condiciones más penosas y amargas que cabe imaginar para un ser humano. La verdad, como bien sabes, es que aquel día, cuando volviste del desierto, tras la larga conversación que mantuvimos, se había consolidado tu vocación de Redentor, y se había hecho más firme tu determinación de luchar contra el mundo, el demonio y la carne.
Siguieron tres años azarosos, tres años de predicación y penalidades que al fin han culminado en esto. Agonizas en una cruz, condenado por cargos afrentosos, rodeado de burlas y el jugueteo de tu propio pueblo, pero abandonado de todos. Nunca es grato morir, lo sé. Es un trance difícil y además es siempre, necesariamente, una dura experiencia de soledad: el suceso imposible de compartir, esa "puerta estrecha" que jamás podrán franquear juntas dos personas, la despedida de todos y de todo. Pero al menos puede darse una despedida confortadora, una manera de entrar acompañados en esa soledad definitiva e inevitable; la tristeza de quien se marcha se funde en la tristeza de los que lo ven partir, y en el fondo hay una comunión sobreentendida, una posibilidad de consuelo.
Se muere mejor cuando se muere en esa compañía que va deshaveniéndose o, mejor dicho, desvaneciéndose poco a poco, que deja constancia de que no se ha vivido en vano. Lo siento, esa es una gracia que a ti te ha sido negada. Tú mueres solo, en el más profundo desamparo, y a la vez envuelto en el desprecio general, rodeado de gritos y burlas: una soledad indeciblemente peor que la soledad física. Esta al fin y al cabo hubiese sido decorosa, con el mínimo de dignidad que todo ser humano se merece en sus últimos instantes. Existe el pudor de la muerte, el espacio imprescindible para la vida privada y para la muerte en privado. Pues ni siquiera esto te ha sido otorgado. Mueres en lo alto de un madero para que todos te contemplen mejor. A la distancia contemplas dolorosamente impotente el dolor y la impotencia de quien te dio a luz, y que se siente distanciada de ti por la violencia del hombre. Los hombres te regresarán a sus brazos de la forma más inimaginable, ¿o es acaso que la imaginación puede convertirse en locura?.
Quiero que comprendas que mueres sólo, porque siempre estuviste solo. ¿De qué te extrañas? Solo en medio de la muchedumbre que te aclamaba en los poblados para después abandonarte, casi tan solo como hoy en medio de esta turba que te insulta. La gente no te entendía buscaba en ti lo que tú no podías o no querías darles: el reino de este mundo, la libertad, el oro, la plata, panes, peces, comida, riqueza... Ellos también querían que te lanzaras de lo alto de la torre, y querían que convirtieras las piedras no en hijos de Abraham, los hijos de Abraham eran los que querían panes. Y los más cercanos, ¿acaso no esperaban de ti los primeros puestos en tu corte? ¿No querían un lugar a tu derecha y otro a tu izquierda? Muchos en cuanto se convencieron de tu irremediable fracaso, ¿qué hicieron?, te abandonaron. Otros andan escondidos, tú los miras desde lo alto de la cruz, mira sus rostros están temerosos de que tu ignominia les salpique a ellos. No los llames traidores, sólo son unos pobres decepcionados de ti y de lo que pensaron que tú les podrías ofrecer. Tres largos años han transcurrido desde nuestro último encuentro. ¿Recuerdas aquella propuesta en lo alto del templo: "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo..." Por fuerza mi propuesta es ahora más moderada. Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz o por lo menos convierte esas piedras que tienen en el pecho esos hombres no en panes sino en corazones mínimamente compasivos hacia tu dolor. Termino ya. Es evidente que podía haberte ocultado todo esto, estas penosas consideraciones que vienen a esclarecer mejor tu fracaso. Podía haberme callado por un sentimiento de simple compasión.
El demonio parecía haber vencido. Jesucristo después de resucitar, manifestó que fue de esta manera como aplastó a la muerte y al pecado. Cuando hubiere concluido su vida terrena, resucitado de entre los muertos, Él nos habló desde otra montaña: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan mis discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a que guarden las cosas que les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo".
Presbìtero Oscar Ramos., en la homilìa del primer domingo de Cuaresma .
Bendecida.
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