Pido la palabra
Hace siete meses, en la víspera de Nochebuena, me quedé sin palabra como Zacarías.
Y me vuelve a la memoria la historia de aquel sacerdote de Jerusalén temporalmente
mudo, padre del profeta precursor de Jesús. Nació su hijo tan deseado y nadie sabía
cómo llamarlo, salvo su madre Isabel, pues las madres saben siempre el nombre
sagrado y único de cada hijo. “Se llamará Juan”, decía ella, es decir: “Dios consuela”
(¿cómo podía llamarse si no?). Pero nadie le hacía caso. ¿Y qué decía el padre de la
criatura? Poco podía decir estando como estaba transitoriamente mudo, pero quería
ratificar la decisión de su sabia y resuelta mujer. Entonces, pidió por señas una
tablilla, y en ella escribió: “Juan es su nombre. Dios es consuelo”. Y luego siguió
hablando.
¡Bien por Zacarías! Yo no llego ni a los flecos de su túnica sacerdotal, pero es la hora
de decidir. Ya pasó el invierno, pasó la flor cuaresmal del laurel, la blanca flor del
espino blanco también pasó, y las golondrinas volvieron (¡qué pena que este año
hayan venido tan pocas!). Todo está tan verde en Arantzazu que hasta la peña blanca
parece verde. No es una hora fácil, pero está llena de Dios. Me siento en paz y sin
rencor, pero he de resolverme.
Monseñor Munilla, obispo de San Sebastián desde hace seis meses, ya se ha resuelto.
Hace diez días citó al superior provincial –junto con el vicario– de esta provincia
franciscana a la que pertenezco, para transmitirles órdenes tajantes: “Debéis callar del
todo a José Arregi. Yo no puedo, hasta dentro de dos años [hasta que haya tomado
las riendas de la diócesis], adoptar directamente esta medida contra él. Pero ahora
debéis actuar vosotros. Os exijo que lo hagáis”. Y pidió a mi provincial y vicario
provincial que me destinen a América a trabajar con los pobres, y ello –les dijo– como
“como medida de gracia”, como “ocasión de gracia”. Soy – les dijo también – “agua
sucia que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia al igual que a los de dentro”.
O irme a América o callar del todo: he ahí la alternativa.
Soy consciente de la gravedad de la hora y de la gravedad de mi decisión, pero me
siento en el deber de decir: NO. No puedo acatar estas órdenes del obispo. Y creo que
no debo acatarlas, en nombre de lo que más creo: en nombre de la dignidad y de la
palabra, en nombre del evangelio y de la esperanza, en nombre de la Iglesia y de la
humanidad que sueña. En nombre de Jesús de Nazaret, a quien amo, a quien oro, a
quien quiero seguir. En nombre de Jesús, que nos enseñó a decir sí y a decir no. En
nombre del Misterio de compasión y de libertad que el bendito Jesús anunció y
practicó con riesgo de su vida. No callaré.
Me consta que el gobierno de mi provincia franciscana se opone en conciencia a
ejecutar las órdenes del obispo, pero doy por seguro que tarde o temprano se verán
forzados a hacerlo, pues los tentáculos de la jerarquía eclesiástica son extensos y
poderosos. Pero quiero dejarlo muy claro: el gobierno de mi provincia franciscana no
tendrá ninguna responsabilidad en las medidas que se vayan a tomar. El obispo y sus
curias superiores serán los únicos responsables.
¿Y cuáles son las razones del obispo? Es muy probable que la razón de fondo sea
aquel asunto de la carpeta, cuya existencia y cuyo nombre (“mafia”) ha reconocido
Monseñor Munilla ante mí mismo y ante muchos sacerdotes de la diócesis, aunque,
eso sí, explicando el contenido a su manera. Pero no es ésa, evidentemente, la razón
que ahora aduce. El obispo me atribuye numerosos errores y herejías teológicas. He
mantenido con él varias conversaciones que en realidad han sido severos
interrogatorios con el Catecismo de la Iglesia Católica en la mano. No aprobé el
examen, y no porque desconozca el Catecismo, sino porque no acepto que sea la única
formulación válida y vinculante de la fe cristiana en nuestro tiempo. Si la fe de la
Iglesia es el Catecismo tal como Monseñor Munilla lo entiende y explica, admito sin
reservas que soy hereje. Pero, ¡Dios mío!, ¿qué es una “herejía”? ¿Existe acaso mayor
herejía que el autoritarismo, el dogmatismo y el miedo? ¿Cómo es que no hemos
aprendido todavía cuántas verdades han resultado luego mentiras y cuántas herejías
del pasado son ahora opinión común? ¿Por qué, si no, Juan Pablo II pidió tantas veces
perdón por condenas pronunciadas en el pasado? ¿Cómo es que en este siglo XXI, en
esta era de la información acelerada y globalizada, seguimos empeñados en poseer la
verdad y en impedir la expresión de las opiniones, incluso de aquellas que se
consideran erradas? ¿Cómo es que aún confundimos la fe con creencias y la
identificamos con formulaciones, y no hemos aprendido que sólo merece fe el Indecible
más allá de la palabra? ¿Cómo es que creemos tan poco en la madurez de los hombres
y de las mujeres de hoy para discernir lo que han de pensar y hacer? ¿Cómo es que
confiamos tan poco en el Espíritu Santo que habita en todos los corazones? ¿Y cómo
es que en la Iglesia, en nombre de la verdad, se persiguen más los errores teológicos
que la mentira, el orgullo, la ambición y la avaricia, por no decir la pederastia?
Pero ésta es mi Iglesia. En ella he aprendido a respirar y a vivir. En ella he descubierto
que no hay fronteras entre los de dentro y los de fuera, y que todos somos buscadores,
peregrinos, hermanos, y que todos nos movemos, vivimos y somos en el corazón de
Dios. En ella, también entre quienes piensan de otra manera, tengo infinidad de
hermanas y de hermanos, cada uno con su error y sus heridas, cada uno con su
fuente de agua limpia en el fondo de su ser. También Monseñor Munilla es mi
hermano, aunque los dos hayamos de soportar este conflicto.
Esta es mi Iglesia y en ella me quedaré. Pero en ella quiero ser libre y, como
antiguamente Zacarías, yo también pido una tablilla. No callaré sino ante el Misterio.Joxe Arregi
.
Joxe Arregi Junio 2010
Para orar
Guíame, dulce luz, en medio de las tinieblas que rodean,
guíame hacia adelante.
La noche es oscura y estoy lejos de mi casa.
¡Guíame hacia adelante!
Guarda mis pies.
No pido ver el horizonte lejano,
un paso me basta.
John Henry Newman
En primer lugar reconocer que las negritas y tal vez algunas separaciones son de mi autoría, con el afán de resaltar aquellas ideas que me han resultado especialmente relevantes, por dolorosas, por honestas, por emotivas, por valientes, por desnudas
De verdad que no reconocemos lo que aquí narra el franciscano Joxé Arregi??
Es la viva imagen de la sociedad, de ese ente que solemos alejar de nosotros cuando hacemos la crítica pero que no es más que la reunión de cada uno de nosotros en grupos grandes como una nación, más pequeños, provincias, una empresa, una familia o unos amigos.
Es la viva imagen de la sociedad que se denomina bienpensante, se autodenomina de buen rollito, se autodenomina “sana” y “alegre”, de la sociedad que separa y separa a otros con una doble moral, predicando y alardeando de la unión y el amor, al tiempo que expulsa y denigra.
La moral que ajusta las tuercas con el solo afan de torturar para quebrar, para amordazar a su prójimo, a aquél que no se sube a su carro, mientras, con el sólo hecho y por el sólo hecho de “decir” que sigue fielmente los pasos, las normas, de la doctrina ( llámese católica, léase amistad, amor, convivencia…) se permiten “actuar” de forma diametralmente opuesta a tales principios.
Hay algo en lo que no estoy del todo de acuerdo con Joxé, y es que el gobierno de su provincia franciscana no tenga ninguna responsabilidad,
claro que sí la tienen, la complicidad, quienes apoyan o quienes guardan silencio se hacen cómplices, su miedo o su desidia es mayor que el dolor por el hermano.
La clave al parecer está ahí, tan sólo en no admitirlo jamás, en negar. Un mecanismo tan simple como infantil, como que es el primer mecanismo que desarrolla el ser humano para defenderse de lo que enfermizamente siente como una posibilidad de agresión.
Negar esas conductas contra el prójimo , que no tienen detrás el amor ( palabreja con la que se llenan la boca como si fuera de su exclusiva propiedad), conductas que si se observan, si permitieran un sano debate, habrían de admitir que detrás está el odio, la envidia, la ruindad, la codicia, y que su arma es el engaño.
Negar que ésos son los verdaderos hilos que mueven sus vidas a las que disfrazan de dignas a golpe de vestimentas, vestirse de virtudes a las que tan solo se acercan por el hecho de hablar mucho de ellas.
En el supuesto de que aquello que digas, que muestras de forma repetitiva, será tu sello, tu imagen, y después podrás hacer lo que quieras y sucumbir ( sin trabas ni propias ni ajenas ) como cualquiera a tus más secretas tentaciones.
No se pueden permitir las disidencias; el pensar está prohibido, cuando menos expresarlo . Y se prohibe abiertamente o también con disfraces de una supuesta alegría de vivir. La penalización: el abandono, la marginación, la retirada de afecto (del bueno, que diría alguien), la expulsión del grupo. Existe tanta soledad, la incomprensión, el individualismo y existe lo peor, la falta de toma de conciencia en nosotros mismos, condición sine qua non para poder combatirlos. Apenas unos pocos siguen sufriendo sacrificios con tal de no abandonar el camino de la luz. Es el martirio del siglo XX, de esta época moderna y progresista, tremendamente dura por cuanto las torturas se fundan en el campo de lo psicológico , que no deja huella y especialmente dolorosa pues proviene de los tuyos, de los que un día fueron tu “familia”.
Esa es la amenaza, ese el miedo y ése el padecimiento y el valor del que sigue siendo, a pesar de todo, fiel a Jesús.
Lo mejor de muchos de ellos, los más espabilados ( los que al ser mas conscientes tendrían mas accesible el cambio ) es que quieren estar en misa y repicando la procesión.
Servir a los dos amos. Lucir los harapos de lo digno y las galas del ganador. Poderoso caballero…
Y cómo viene de oportuno , o en la relamida frase , como anillo al dedo, la exposición que sobre la Disonancia Cognitiva hizo la socióloga Travis y que se publicó días atrás en este albergue.
Sé que voy a hacer referencia a ella cada que tenga que referirme a lo contradictorio, absurdo y cruel de nuestras conductas.
maría (tv)