Dejo ir el temor y sigo el camino inspirado de manera divina.
Cuando confío en que la presencia de Dios me guía a cada momento, descanso y soy como un árbol flexible —capaz de moverme en la dirección que Dios me guíe. Tengo el valor para tomar la acción necesaria en mi vida, con fe en que Dios me guía hacia mi mayor bien.
Cuando enfoco mi atención en el miedo, me tenso, me resisto y me falta claridad. Tan pronto como note que mi mente está abatida por el temor, dirijo mis pensamientos a la Presencia divina. Puedo orar y meditar para aquietarme y sentir la guía y protección de Dios. Al hacerlo, el temor se disipa y permito que la fiel presencia del Espíritu dirija mi vida. ¡Dejo ir y dejo a Dios actuar!
Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto. —Juan 15:5
En el Sermón del monte, Jesús les aseguró a sus seguidores: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. Acepto con gratitud consuelo para mí hoy. Recibo ánimo al saber que mi sentimiento de tristeza es simplemente una reacción al cambio, y que éste es parte de mi viaje espiritual.
Las transiciones pueden ser difíciles y hasta dolorosas, mas el consuelo siempre está disponible para mí. Lo único que he de hacer es mantener mi atención centrada en la expresión crística que YO SOY.
Jesús declaró y afirmó que “los que lloran” serían bendecidos. Según reconozco y supero cualquier sentimiento de pérdida, avivo el valor de vivir y soy bendecido.
Ustedes, los cielos, ¡canten alabanzas! … ¡El Señor ha consolado a su pueblo, y se ha compadecido de sus pobres!—Isaías 49:13