Manuscritos redactados en latín que datan de finales delsiglo IV y comienzos del V de la actual era, revelan que la vulva de cerda estéril y los bulbos, como los puerros, el jacinto, el gladiolo y el asfódelo (gamón), eran los principales alimentos afrodisiacos que incluían los romanos en sus comidas.
Théodore Géricault
El libro "La cocina del Imperio Romano y su historia", que acaba de publicar la editorial granadina Dulcinea, traduce estos textos, que explican que la cerda de la que se extraía la vulva debía de ser joven y conservarse virgen o estar castrada, esto último que hacían después de tenerla en ayuno un par de días. Los romanos comían, preferiblemente, las vulvas de las gorrinas paridas, y el escritor Plinio precisa que eran mejores "después de un aborto que del parto natural".
El autor de la obra, Luis Benavides-Barajas, recoge en la publicación una receta culinaria del gastrónomo del siglo I d.C. M. Apicius, "pilar fundamental" de la cocina romana, que indicaba que las vulvas debían sazonarse con silphium y mezclarse con vinagre y caldo o garum (aderezo para la mayoría de los guisos consistente en una especie de salmuera o salsa preparada con jugos de varios pescados). Otra forma de prepararlas era utilizando pimienta, semillas de apio, menta seca, miel y vinagre, para luego asarlas a la parrilla mezcladas con salvado y salmuera. Este alimento también se solía presentar a la mesa relleno con carne de cerdo picada, puerros, ruda y garum con pimienta y piñones, que se cocían en agua con condimentos, puerro y eneldo. En cuanto a los bulbos, que "se llevaban la palma" entre los romanos como afrodisiacos, según Benavides-Barajas, el moralista Marcial definía sus virtudes en su epigrama "Si la mujer es vieja y sabe mas por vieja que por sabia.... y tu miembro está difunto, no podéis hacer otra cosa que a la fuerza comer bulbos".
El vino de aromas, una mezcla de vino y miel, se consideraba igualmente un estimulante "para excitar la voluptuosidad y predisponer al amor", y Apicius aconsejaba en su libro "De re coquinaria" prepararlo de la siguiente forma: "se hierve con un poco de pimienta, azafrán, dátiles y nardo con almaciaga, se deja enfriar y luego se hierve de nuevo hasta conseguir cierta consistencia para el brebaje". Otra fórmula del mismo gastrónomo, recogida esta vez en su libro "De arte coquinaria", es la del vino de rosas, para el que se debía quitar la parte blanca de los pétalos de flores frescas y secas, ponerlos en vino, macerarlos durante unos días y consumirlos con miel tras haber realizado dos o tres veces esta operación. La flor de lis era considerada también por los romanos una planta erotizante, ya que su raíz recuerda, según Plinio, a los testículos, porque consta de dos tubérculos, aunque con la salvedad de que el más grueso de los dos reprime los deseos amorosos si se reduce a polvo y se toma con leche de cabra. Los espárragos, las malvas, y el apio y sus semillas con pasas, garum y otras mezclas de hierbas, eran considerados unos de los mejores estimulantes. La publicación concluye con que la mayoría de las esposas eran infieles en Roma y "las que se mantenían castas era porque ningún hombre las cortejaba", puntualizan las palabras de Ovidio.