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De: Duna (Mensaje original) |
Enviado: 09/08/2009 08:57 |
Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte |
Vamos a llamarlo, si les parece bien, hospital del Venerable Prepucio de San Agapito. O, si lo prefieren, de los Siete Dolores de Santa Genoveva. Para más datos, añadiremos que está situado en una ciudad del sur de España. Y el arriba firmante –yo mismo, vamos– camina por el pasillo de una de sus plantas después de haber conseguido, tras arduas gestiones, intensas sonrisas y mucho hágame el favor, permiso para visitar a un amigo internado de urgencia, al que sus innumerables pecados y vida golfa dejaron el hígado y otros órganos vitales en estado lamentable.
Voy por el pasillo, en fin, pensando en un informe publicado hace poco: uno de cada diez trabajadores de hospital español sufre agresiones físicas por parte de pacientes o sus familiares, y siete de cada diez son objeto de amenazas o insultos ante la pasividad de los seguratas correspondientes. Que con frecuencia, según las circunstancias, prefieren no complicarse la vida. Y no deja de tener su lógica. Una cosa es decir no alborote, señora, caballero, a un ama de casa de Reus o a un jubilado de Úbeda cabreados con o sin motivo, y otra diferente, más peliaguda, impedir que un musulmán entre a la fuerza con su legítima en el quirófano, decirle a un subsahariano negro de color que no es hora de visitas, o informar a cuatro miembros de la mara Salvatrucha que la puñalada que recibió su amigo Winston Sánchez no se la podrán coser hasta mañana. Ahí, a poco que falle el tacto, sales en los periódicos.
Pienso en eso, como digo, mientras busco la habitación B-37. En éstas llego a una sala de espera con los asientos y el suelo cubiertos de mantas, papeles, vasos de plástico y botellas de agua vacías; y cuando me dispongo a embocar el pasillo inmediato, dos gitanillos que se persiguen uno a otro impactan, sucesivamente, contra mis piernas. Me zafo como puedo, mientras creo recordar que en los hospitales están prohibidos los niños, sueltos o amarrados. Luego miro en torno y veo a una señora entrada en carnes, con una teta fuera y dándole de mamar a una rolliza criatura que sorbe con ansia de superviviente. Slurp, slurp, slurp. A ver dónde me he metido, pienso con el natural desconcierto. Entonces miro hacia el pasillo y me paro en seco.
Imaginen un pasillo de hospital de toda la vida. Y allí, arremolinada, una quincena de personas vociferantes: seis o siete varones adultos, otras tantas mujeres y algunos niños parecidos a los que acaban de dislocarme una rótula en la sala de espera. Sobre los mayores, para que ustedes se hagan idea, tecleas juntas en Google las palabras García Lorca, Guardia Civil, Heredias, Camborios, primo y prima, y salen sus fotos: patillas, sombreros, algún bastón con flecos, dientes de oro y anillos de lo mismo. Sólo les falta un Mercedes del año 74. Los jóvenes visten de oscuro y tienen un aire desgarrado y peligroso que te rilas, a medio camino entre Navajita Plateá y las Barranquillas. En cuanto a las Rosarios, sólo echas de menos claveles en los moños. Las jóvenes tienen cinturas estrechas, pelo largo, negrísimo, y ojos trágicos. Una lleva un niño en brazos. Todas van de negro, como de luto anticipado. Y en el centro del barullo, pegado a la pared, un médico vestido de médico. Acojonado.
«Ha matao ar papa, ha matao ar papa», gritan las mujeres, desgañitándose. Insultan y amenazan al médico los hombres, más sobrios y en su papel. «He dihe que ze moría y za muerto», dice uno de ellos, inapelable. «Te vi a rahá.» El médico, pálido, más blanco que su bata, la espalda contra la pared, balbucea explicaciones y excusas. Que si era muy viejo, que si aquello no tenía remedio. Que si la ciencia tiene sus límites, y tal. «Lo habei matao, criminá», vocifera otro, pasando mucho del discurso exculpatorio. Una de las Rosarios salta con extraño zapateado, agitándose la falda. «Er patriarca», se desmelena. «Er patriarca.» Lloran y gritan las otras, haciendo lo mismo. «Pinsharlo, pinsharlo», sugiere una de las jóvenes. «Que ha matao ar papa.»
Me quedo donde estoy, prudente. Mejor el médico que yo, pienso. Que cada cual enfrente su destino. Algunas cabezas de enfermos y visitantes asoman por las puertas de las habitaciones, contemplando el espectáculo con curiosidad. Miro alrededor, buscando una ruta de retirada idónea. Los dos gitanillos continúan persiguiéndose sobre las mantas y las botellas vacías, y el mamoncete sigue a lo suyo, pegado a la teta. Slurp, slurp. En la máquina del café, dos guardias de seguridad, vueltos de espaldas a lo que ocurre en el pasillo, parecen muy ocupados contando monedas y buscando la tecla adecuada para servirse un cortado. Me acerco a ellos. ¿Hay capuchino?, pregunto, metiendo un euro. Ellos mismos pulsan mi tecla, amables. Estamos los tres en silencio mientras sale el chorrito.
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* está situado en una ciudad del sur de España. Aqui no estoy de acuerdo con el autor, pues identica situación la he presenciado en el hospital mas norteño de España. |
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De: Tanger |
Enviado: 09/08/2009 09:07 |
Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, yo he visto parar a un señor porque se había dejado el pase permanente en la habitación de su mujer, mientras no había cojones de parar a 17 gitanazos en canal.
Y es que según con quién, somos muy hombres. |
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De: Duna |
Enviado: 09/08/2009 09:13 |
El que se cuelan lo que se cuela enlos hospitales, los responsables son los de seguridad del hospital ( la mayoria de veces inexistente excepto en la entrada) y el gerente del hospital que ahorra de todo los sitios...
Los medicos que ya bastante tienen con lidiar con lo suyo.... |
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De: Tanger |
Enviado: 09/08/2009 09:17 |
Pero es que hay que saberselo todo.
Mi madre ha ejercido de profesional de la medicina 35 años hasta su jubilación.
En una ocasión, tuvieron en quirófano a un niño gitano 9 horas a corazón abierto, lamentablemente el niño murió. En esas 9 horas, el médico ordenó no informar, de forma que NADIE, NADIE, durante 9 horas, dió explicación alguna hasta que el niño murió.
Sabes lo largas que son 9 horas? |
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Al sur?.. al sur sur.... no me digas que pasa eso?....
Lo de los gitanos es cierto... pero sin ser gitano no veas que educación tienen algunos por aquí... mi doctora es una mujer maravillosa , de esas que no encuentras ya... muchas veces sin medicar, soluciona los problemas... ya que la mayoría de la gente , en estos momentos de comunicación.... .. lo que realmente necesitan es que alguien les escuche.... Tarda lo que haga falta con cada enfermo , sin mirar el reloj.... ya nos conocemos desde hace mucho... llama a casa a preguntar por las niñas .... lo dicho una mujer con vocación... y la verdad que ... cuando ves ... como la tratan algunos... por una receta de tranquilizantes... o lo que sea... da miedo... Sacar una carrera, ser una buena profesional... para luego tener que tomar una baja por depresión por no poder soportar tanta agresividad......
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De: Duna |
Enviado: 09/08/2009 09:39 |
Mir, yo estuve tres meses ingresada en mi segundo embarazo y tres meses mas en el tercero a causa de complicaciones renales. Y vi de todo en el hospital... desde un cerdo que se colaba en las habitaciones de las parteras para ver a las mujeres durmiendo por las noches, hasta varias escenas parecidas de las que describe Reverte. La seguridad fallaba por todos los lados. La información también. Pero no creo que atacar a los medicos y personal sanitario sea el camino para mejorar la situación de nuestra sanidad publica que se ha visto obligada a protocolarizarse tanto, tanto... que se ha vuelto inhumana. |
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