Javier Barreiro
Escritor
Ventajas del botellón
La buena gestión de la crisis por parte de quienes mandan ha superado las previsiones de Cáritas, entidad siempre deseosa de ejercer lo que su nombre encarna. El consiguiente incremento de desheredados, errabundos, indigentes, menesterosos e inquilinos de la calle ha propiciado que la ocupación de solares, puentes, parques y otros reductos con tiendas de campaña, colchones de espuma, sacos de dormir, cartones o, simplemente, a pelo sobre un banco, cada vez sea un elemento más cotidiano del paisaje en nuestras urbes.
Esta sufrida población tiene pocos privilegios sobre el resto de los mortales. Uno de ellos es el que no tiene por qué madrugar. En cambio, sí lo hace los sábados y domingos, en que una gran cantidad de estos sujetos aprovecha para recorrer las zonas donde se ha practicado el botellón y, recogiendo los envases abandonados y a medio vaciar, hacer acopio de bebida para toda la semana. No deja de ser un consuelo. Para ellos y para la juventud que, además de ponerse hasta los ojos, puede creer que está haciendo una buena obra.
Como muchos de estos habitantes de la calle, contra lo que piensa parte de la población, no han abandonado sus costumbres higiénicas, acuden a unas monjas, habitantes de las inmediaciones de la plaza de toros, que les permiten ducharse por el módico precio de medio euro.
Lo cuento también por consolar a alguno de los que estén pensando que pronto les tocará tomar ese camino.
La vida es imprevisible, azarosa y aleatoria y, si Nozaleda tiene que echar el candado a las termas de Panticosa, mi vecino ha cerrado el bar, al repartidor le han embargado la camioneta, mi boticario come ahora de menú y a mí mismo apenas me encargan escritos y conferencias.
Menos el boticario, que con lo del menú está ahorrando y con la vacuna se va a poner las botas y hasta, a lo mejor, le compra a Nozaleda el casino panticuto y la bodega de Barbastro, a los demás es posible que nos toque también andar raspando las botellas el fin de semana.