UN TERREMOTO CAMBIÓ
EL RUMBO DE MI VIDA
En 1971 era una madre joven que aspiraba a ser soprano de ópera. Había dejado mi ciudad natal, Winnipeg (Manitoba, Canadá), en 1957 para vivir cerca de Hollywood (California, EE.UU.), con la idea de materializar mi sueño: dedicarme a la música.
Mi madre, que era testigo de Jehová, había venido a verme desde Canadá los últimos nueve veranos. Aprovechaba aquellas visitas para hablarme de la Biblia, convencida de que contenía los mejores consejos para ser feliz y para tener una buena familia. Yo quería a mi madre y la escuchaba con respeto; pero cuando se iba, echaba a la basura las publicaciones que me había dado, segura de que mi vida estaba bien encaminada.
Un martes de febrero de 1971 me despertó de madrugada un terremoto de 6,6 grados de magnitud. El ruido fue ensordecedor, y el temblor, tremendo. Aterrorizada, corrí a la habitación de mi hijo, pero me tranquilicé al verlo bien en su cuna. Cuando se detuvieron las sacudidas, el suelo estaba cubierto de cristales rotos y de objetos que habían caído de los armarios, y el agua de la piscina se había derramado por el patio. Aunque todos estábamos bien, no pude volver a conciliar el sueño.
Mi madre me había hablado de “los últimos días” y de un rasgo característico: los “grandes terremotos” (2 Timoteo 3:1; Lucas 21:7-11). Aquel verano volvió a visitarme, pero esta vez no trajo publicaciones bíblicas. Como me había predicado por nueve años sin lograr nada, dio por sentado que no tenía ningún interés. ¡Qué equivocada estaba! Desde que llegó, la acosé con preguntas. De golpe, el canto y la fama habían perdido mucha de su importancia para mí.
Esa misma semana acompañé a mi madre a las reuniones cristianas en el Salón del Reino y desde entonces, rara vez me he perdido una. Ella se encargó de que recibiera un curso bíblico a domicilio, y me bauticé en 1973. Actualmente dedico unas setenta horas al mes a proclamar las buenas nuevas del Reino de Dios (Mateo 24:14). En efecto, en vez de demoler mi fe en Dios, un terremoto me ayudó a edificarla.—Relatado por Colleen Esparza.
Los testigos de Jehová se esfuerzan por escuchar a Dios leyendo de continuo su Palabra inspirada y aplicando sus enseñanzas. Y le invitan a usted a hacer lo mismo, pues los que obedecen a Jehová no tienen por qué temer al futuro ni a la calamidad que les sobrevendrá a los malvados. Al contrario, pueden confiar en que obtendrán la vida eterna en el Paraíso en la Tierra, donde “hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz” (Salmo 37:10, 11).