Según parece, el nacimiento de esta expresión, que significa no escuchar los consejos ajenos, hecerse el desentendido y no prestar atención a las reflexiones, debe buscarse en la actitud de los marinos suecos que, cuando no entendían el lenguaje de los habitantes de los puertos que visitaban, no prestaban oidos a sus palabras y seguían tranquilamente su camino, encogidos de hombros y con una sonrisa en los labios. Este modo de hacer fue, según se dice, el motivo por el cual las gentes reprochasen a los suecos su actitud y les indujera a crear la frase.
Del libro: EL ORIGEN DE LOS REFRANES
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