Leyenda fundada en bases históricas, apoyada en el hallazgo, en 1555, de dos cuerpos momificados en la iglesia turolense de San Pedro, supuestamente pertenecientes a Diego Marcilla e Isabel Segura. Según la tradición, en 1212, cuando los reinos de Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón estaban amenazados por los almohades y se predicó la cruzada por Celestino III que acabaría en la victoria de Úbeda o de Las Navas de Tolosa, vivían en Teruel dos familias, la de los Marcilla , muy noble, y la de los Segura, muy rica; un segundón de la primera y la heredera de la segunda, Diego e Isabel, se sintieron unidos desde su niñez por el más tierno amor; contrariada su inclinación por la familia de la novia, el enamorado se vio obligado a buscar fortuna en la guerra. Pactaron los enamorados que Isabel esperaría por cinco años el regreso de Diego, quien formó parte de las tropas aragonesas en la guerra de Andalucía, perdiéndose entonces sus noticias. En Teruel, Pedro Segura ajustaba las bodas de su hija con un rico señor que suele identificarse con Pedro Fernández de Azagra, hermano bastardo del señor de Albarracín; resistió Isabel, como pudo, las presiones paternas hasta el cumplimiento del plazo. Justamente al finalizar tal fecha se celebraron las bodas y regresó Diego enriquecido a reclamar la palabra de Isabel. Resulta confusa la entrevista de los amantes en la alcoba de ella y la petición de un beso por parte de Diego, desplomándose muerto ante la negativa. También parece añadido el que Isabel contase a su esposo el suceso como acaecido a otras personas y el juicio adverso de aquél acerca de la conducta de la mujer. La narración cobra consecuencia al anotar el dolor de la población, que llevó el cuerpo ante la casa paterna y los funerales y entierro del día siguiente, en los que Isabel, oculta por un velo, se acercó para dar al muerto el beso que le había negado la víspera, quedando muerta sobre él. Teruel entero decidió enterrar juntos a quienes habían llevado su amor hasta la muerte, y así se hizo en la iglesia de San Pedro.
La leyenda se inserta en un marco histórico real y no es inverosímil en ninguno de sus aspectos, aunque exista un enorme vacío entre la fecha del suceso y la de su primera transmisión histórica conocida. Algunos pasajes son incorporaciones modernas y Cotarelo Mori negó cualquier viso de realidad a la tradición. Es cierto que las fuentes escritas son tardías, aunque en el s. XVII el notario Yagüe de Salas copió en sus protocolos una relación incompleta del hecho, tomándola de un ms., luego perdido, de la catedral de Teruel, del que no da la fecha aunque dice que era «de letra antigua»; esto forzaría a una transmisión oral del siglo XIII, siendo escrita más tarde, no sabemos cuándo, y adulterada con añadidos. En cualquier caso, hay elementos poco reales, como la llegada de Diego justamente el último día de plazo, la muerte de ambos amantes en la misma circunstancia de la negativa y la entrega del beso, la confusión de Isabel en la escena con su marido al contarle el hecho e incluso el identificar el personaje odioso del relato en un miembro del señorío de Albarracín . En cualquier caso la tradición ha influido en la vida de Teruel, en la literatura y en la plástica, e incluso en otras leyendas amatorias turolenses. La polémica sobre la historicidad ha provocado abundante bibliografía