Bienvenidos al extraño proceso de echar de menos a alguien, de querer olvidarte de alguien, de no tener otra opción que borrar todo recuerdo o toda asociación de ideas que deriven en alguien, de sentir la necesidad de mutilar tu pasado. ¿Cómo se hace?
Cambiar de rutina o de ciudad no es suficiente. Tu cabeza siempre viaja contigo y tiende a dominarte más que tú a ella. No diferencia climas ni espacios ni tiempos: el cerebro es hermético por más que nos pese. Sustituir a esa persona por otra o por otras apenas funciona, a no ser que la novedad eclipse cualquier resquicio del pasado: pero sin ganas, cuando estás apenado, no hay novedad que valga la pena. Y las drogas matan y son caras. Y el alcohol sólo anestesia y deja resaca. ¿Cómo se olvida?
Pero todas las camas son ella, y todos los usuarios de mi taxi también tienen ojos y brazos y piernas. Y me cuesta conducir por unas calles que no me llevarán a su boca, o por túneles distintos a la bisagra de sus piernas. Desde que no está y decidí olvidarla conduzco despacio y sin rumbo. Reservo mi derecho de admisión a las mujeres. Escupo a las parejas. ¿Cómo se olvida?
Aunque, ¿por qué olvidarla? Tal vez convendría no forzar el alma y recordar sin trabas. Revivir los instantes lindos. Sólo duelen los recuerdos que jamás serán. Tal vez sólo nos frustre no ser los dioses del tiempo. O no poder controlar qué será de ella sin mí durante el resto de mi vida. Si estará bien, mal o no estará. El no saber.