lo difícil que resulta para el cerebro humano el cambiar de opinión. Y si se cambia de opinión no se hace públicamente o asumiendo los errores, sino de manera casi furtiva, borrando los rastros del cambio.
De esta forma, llevar la razón en algo que no acabará por cuajar socialmente hasta pasados unos años es una carga gravosa muy ingrata. Principalmente porque, al discutir en su momento, nadie te da la razón y te consideran poco menos que un marciano. Más tarde, entonces, todo el mundo parece pensar como tú como si siempre lo hubiera hecho, y si le recuerdas a alguien la catadura de sus anteriores opiniones, no le costará nada sugerir que tampoco era para tanto, que en realidad no tenía una opinión tan rígida o diametralmente opuesta, que él siempre lo había intuido o, incluso, que él jamás pensó algo así en el pasado, ni por asomo.
Con lo cual, si en el pasado nadie te daba la razón, en el presente darte la razón ya no tiene mérito porque todo el mundo piensa como tú. Y al final resulta que nunca tuviste razón de verdad, ni antes ni ahora.
cyp.