Cuentan los más veteranos que en el charco de lodo, año tras año, aparecen petrificados los enseres perdidos en la batalla, con lo cual le sumamos al evento una parte cultural muy interesante: la arqueología antropológica. Ahí queda eso para la posteridad.
Por mi parte, me sentí victoriosa de haber salido indemne de todos los lances, tras varias invitaciones para probar el extraordinario elixir que me ofrecían amablemente, mientras los participantes caían al suelo vaso en mano, y de no caer en los brazos de ninguna de las estatuas de barro que se acercaban peligrosamente para preguntar por las fotografías que estaba tomando. Sólo algunas salpicaduras de barro recuerdan mi reportaje sobre tan disparatada batalla.
Y como punto final, casi todo el mundo acabó dentro de un canal de riego, con suficiente caudal de agua, para liberarse del barro y esperar, exhaustos, el concierto que, al anochecer, cierra la fiesta, sabiendo que tras la resaca les espera otra vez hincar los codos en los libros y suspirar por que el año que viene no tarde demasiado.
Blanca Martínez 7 mayo 2009