Nadie que tenga un mínimo de sensibilidad puede dejar de condolerse con la tragedia de la mujer que se ha suicidado arrojándose al vacío en Baracaldo. Dicho esto, sería bueno que todos –y especialmente los medios de comunicación y los políticos- reflexionáramos unos momentos sobre la cuestión, en vez de lanzarnos a correr como pollos sin cabeza.
El suicidio se ha producido cuando se iba a producir el desahucio de su vivienda, pero sería ingenuo concluir que no había otros factores previos en la situación personal de la víctima. Si los desahucios desencadenaran automáticamente suicidios ya se habrían suicidado varios cientos de miles de personas por ese motivo. El desahucio ha podido ser la gota que ha colmado el vaso de una larga serie de elementos –depresión, soledad, fallos en la red familiar y social-, sin los cuales esa mujer hubiera reaccionado de manera diferente ante el desahucio.
Una vez conocida la noticia, la opinión pública, convenientemente agitada por los medios de comunicación ha reaccionado con espanto, y tras ella prácticamente la totalidad de los políticos, que parecen haber descubierto de pronto que impedir los desahucios será impedir los suicidios.
Pues bien, cada año se producen en España unos 3.500 suicidios, sin que nadie mueva un dedo, ni muestre la menor alarma. Además, por cada suicidio consumado se producen dos intentos de suicidio fallidos, lo que supone que cada año intentan quitarse la vida unas 11.000 personas, Cada una de ellas es el reflejo de un drama. Empresarios arruinados, parados desesperados, novios abandonados, incluso estudiantes suspendidos. Los desencadenantes pueden ser docenas.
¿Qué piensan hacer los políticos ahora? ¿Legislarán para que nadie se arruine, por si acaso se quita la vida? ¿Impedirán que haya parados que puedan suicidarse? ¿Harán un decreto prohibiendo que nadie deje tirado a su novio? ¿Quizá reformarán la Constitución para erradicar la depresión por ley?