Madurez mental
Hay sólo dos tipos de hombres a los que hay que tenerles miedo: a los jóvenes inexpertos y a los viejos expertos. Los hombres no maduran jamás: la prueba está en que disputan con el hijo el coche teledirigido y siguen obsesionados con las tetas cuando ya fueron destetados. Las mujeres de 16 piensan como adultos, mientras los varones siguen cambiando figuritas y empujándose a la salida del colegio. A esto se debe que los romances de adolescentes no funcionen y a que haya edad del pavo pero no edad de la pava. Los hombres mayores buscan mujeres veinte años menores que ellos, para que hagan juego con su edad mental. Una mujer de mayor con un veinteañero se muere de aburrimiento. Fuera de la cama, claro.
La antigua teoría era: “Cásate con un hombre mayor porque son maduros”, pero la nueva teoría es: “Los hombres no maduran, cásate con un hombre joven”. Es cierto que hay hombres muy responsables. De todo lo que hacen mal, son responsables. A veces no se sienten maduros para una relación seria, y se quejan de que necesitan más espacio. Dale el gusto: déjalo afuera.
Belleza física
Las revistas masculinas tienen mujeres en bikini. Las femeninas también. Esto se debe a que el cuerpo de la mujer es la mayor expresión de belleza sobre la Tierra, mientras que el cuerpo masculino, peludo y pesado, generalmente te hace reír... o llorar. De hecho, no hay mujeres de edad avanzada que vayan por el mundo obesas y calvas creyéndose irresistibles. Hay hombres tan gordos que cada vez que se pesan, la báscula dice: “Continuará”. Para ellos, la naturaleza ha creado mujeres bellas y estúpidas. Bellas para que los hombres puedan amarlas y estúpidas para que ellas puedan amarlos.
Motricidad fina
Los hombres que insisten en reparar electrodomésticos y te dejan una lavadora desarmada durante seis meses, son los que insisten en creer el mito de que ellos pueden hacer trabajos delicados, cuando no es así, salvo que sean profesionales especializados. Es que los hombres siempre se meten de cabeza en todo lo que hacen. Es una lástima que no se dediquen a hacer pozos.
Los hombres no saben escribir en cursiva. Y si lo intentan, lo que queda en el papel se parece más a huellas de saltamontes cojos. Su motricidad fina es tan burda que sólo disimulan la falla mental graduándose de cirujanos y dejando en sus pacientes cicatrices que parecen las huellas de lombrices cojas. Es en vano: la letra del médico es la peor de todas. Nuevamente se evidencia que les falla el lóbulo cerebral de la escritura, que no casualmente está pegado al centro del habla y del desempeño sexual.
Compras
Para lo único que sirve un hombre es para ir a comprar herramientas. Los hombres son como los albañiles: se pasan la mitad de la vida en ferreterías y la otra mitad en el lavabo. Un hombre no sabe comprar en el supermercado: cuando ve que en la nevera sólo queda un limón enmohecido, se lanza a la calle a comprar todo lo que parece brillante, colorido y extravagante. Entonces llena el carrito con pasta de berenjenas, latas de frambuesas en almíbar, dátiles africanos y tubos de mostaza en aerosol, que luego no sabe cómo usar. Con el carro cargado de cosas inútiles, va a hacer la cola en la fila para diez artículos, lo que lo obliga a hacer cola en la fila donde se paga con tarjeta, lo que lo lleva a hacer una tercera cola en la caja definitiva, y cuando llega a casa se da cuenta de que los congelados se le derritieron y que se olvidó de comprar el pan.
En camino a comprar el pan, pasa por una tienda de artículos deportivos y no resiste a la tentación de comprarse una tabla de windsurf o una raqueta de squash que usará sólo una vez, y mal. Una raqueta cuyo precio equivale a todo lo que su pareja viene ahorrando en tomates desde abril del año pasado, gracias a que caminó kilómetros buscando el mejor precio. Al salir de la tienda de artículos deportivos, la panadería ya habrá cerrado.
Y en casa habrá que cenar pasta de berenjenas y dátiles con mostaza, rociados con limón enmohecido. Y después está la otra clase de hombres, que haciéndose los distraídos “¿Cómo que no hay nada en la nevera?”, se enfurruñan y se van a dormir, para no tener que comprar nada. Con lo cual ella piensa en divorciarse. Pero no lo hace a sabiendas de que hay tan poca diferencia entre su pareja y otro, que divorciarse sólo les sirve a los abogados.
Niños
Las mujeres conocen los sueños, deseos, caprichos, secretos, romances, anhelos, dolores y alegrías de cada uno de sus hijos. Los hombres sólo saben que los hijos son unos seres bajitos que hacen ruido y que mantienen el baño ocupado. Mientras tanto, los hijos heredan el apellido del padre, y el apellido de la madre muere con ella. Además creen que “Mamá es mala porque me regaña si como golosinas antes de cenar, pero papá es bueno porque me compra golosinas antes de cenar”.
Vestirse bien
Una mujer se viste bien para ir de compras, para llevar a los niños a la escuela, para ir al médico, para barrer la acera y para ir al correo. Un hombre se viste decentemente para dos ocasiones: bodas y funerales. Para el resto de las ocasiones el atuendo es: calzoncillo, camiseta y chanclas. Si es rico, agrega bastón.
Apodos
Si un grupo de amigas llamadas Marta, Susana, Gloria, Silvia y Estela se reúnen a tomar el café, van a seguir llamándose unas a las otras por los nombres de Marta, Susana, Gloria, Silvia y Estela, o a lo sumo, se dirán: “Mi cielo”, “Cariño”, “Guapa”, “Tesoro”. Pero si Enrique, Matías, Lucas, Ramiro y Javier se reúnen a tomar cerveza, se van a llamar unos a otros Ruso, Pepe, Chino, Colo y Mono. Ni entre ellos se respetan.
Orientación
Si una mujer se desorienta en la ciudad, en dos minutos entra a una gasolinera a preguntar cómo llegar a destino. Los hombres consideran que preguntar dónde están es una clara señal de debilidad. Entonces pasan horas dando vueltas por zonas peligrosas, hasta quedarse sin gasolina, motivo por el cual finalmente tendrán que entrar a la gasolinera y, cuando les pregunten a dónde iban, confesarán que no tienen idea, con lo cual recibirán indicaciones para llegar a destino, pero eso sí: ellos no lo habrán preguntado. Para cuando al fin llegan, la fiesta terminó.
Orden
Las mujeres tienen una especie de mapa tridimensional en la cabeza, recordando exactamente dónde han visto por última vez cada alfiler, botón y semilla de sésamo que hay en una casa de 120 metros cuadrados. Es absurdo engañarlas: ellas saben dónde estaba cada cosa, y por eso siempre saben quién les sacó dinero. El sentido del orden es inexistente en todo hombre heterosexual. En cambio, los homosexuales lo tienen tan desarrollado que consiguen trabajos de maitre de restaurantes y hoteles de lujo, diseñadores de alta costura, estilistas y coreógrafos; saben dónde va cada cuchara, cada botón, cada cabello y cada pierna.
El resto de los hombres no ven su propio desorden hasta que necesitan una afeitadora o un destornillador, elementos masculinos que sólo ellos usan. La manera que tienen los hombres de encontrar algo es revolver todos los cajones de la casa a gritos hasta que la mujer se lo busca. El no colaborará haciendo orden, dado que no le molesta dormir en una cama llena de periódicos, con las puertas abiertas y el suelo lleno de zapatos.
Si una mujer quiere vivir con un mínimo de dignidad, es ella quien debe ordenarlo todo. Si ella no lo hace, el resto de la familia andará por la casa pateando enseres domésticos y él dirá que en la casa son todos desordenados, menos él. El trabajo de una mujer nunca termina porque siempre le falta hacer lo que el hombre dijo que haría. Lo malo de este tic masculino es que hasta cuando estás debajo de la ducha tienes que escuchar: “¿Dónde están mis gafas/calzoncillos/llaves/agenda/zapatos?”. Lo bueno de esto es que les puedes sacar todo el dinero que se te ocurra, porque ellos nunca saben cuánto tenían ni dónde lo habían guardado.
Pedir perdón
Las mujeres podéis admitir errores y pedís disculpas. Los hombres prefieren creer que el mundo entero se equivoca y que ellos siempre tienen razón. Algunos pocos piden perdón trayendo flores o reparando picaportes.
Juguetes
A partir de los 11 años, las mujeres se hartan de los juguetes y quieren vivir en contacto con cosas de verdad. Los hombres, en cambio, no paran de usar juguetes toda su vida, y se fascinan con relojitos parlantes, televisores gigantes, móviles con imágenes, auriculares inalámbricos, calentadores automáticos, exprimidoras aerodinámicas, cuchillos eléctricos, radares, ordenadores y cualquier cosa que tenga lucecitas que se encienden y apagan, que lance silbidos y pitidos y que funcione con ocho baterías grandes. La casa de un hombre por fuera es su fortaleza, pero por dentro es su parvulario.
Plantas
A las mujeres todas las plantas se les llenan de flores y capullos. A los hombres, las únicas plantas que le crecen sanas son las ortigas, los hongos y las malas hierbas. Muchos arrancan las plantas ornamentales para espantar a las hormigas que intentaban comérselas.
Sentido del tiempo
No vale la pena ser puntual con un hombre, porque no habrá nadie que pueda apreciarlo.
Pongamos el ejemplo de la salida en pareja. Cuando una mujer dice “salimos en cinco minutos”, se puede confiar, porque ella está mirando el reloj. Cuando un hombre mirando un partido dice “faltan cinco minutos para que termine”, es porque faltan veinte minutos por lo menos. Porque tienen que ver qué opina el comentarista deportivo para saber qué tienen que opinar ellos mismos de lo que acaban de ver.
Supongamos que ambos tenían planeado comer y pasear con amigos en el fin de semana. Al ver que él dice “ya voy” y no se levanta de la cama, ella empezará a pelar unas patatas para el almuerzo. Al escuchar ruidos en la cocina, él mirará además un partido de baloncesto de la NBA. Al escuchar el baloncesto, ella abrirá la tabla de planchar para adelantar las tareas domésticas. Luego él se levantará hecho una tromba diciendo: “Llegamos tarde por culpa tuya, ¿cómo se te ocurre cocinar y planchar cuando teníamos que salir?”, y ella dice: “Yo al menos estaba trabajando, tú estabas mirando la televisión”. Él dirá: “Me puse a mirar la tele porque tú te pusiste a hacer otra cosa”. Ella dirá: “¡Claro, porque planchar me fascina y soy feliz pelando patatas!”. Él dirá: “Si te vas a poner así, mejor no salimos nada y sigo mirando la tele”. Y se pasará el día entero petrificado mirando una película en blanco y negro sobre unos mutantes que invaden la tierra, mientras ella plancha camisas y lava acelgas para toda la semana, pensando qué estúpida idea tuvo al casarse.
Conversación
Los hombres no son buenos conversadores. Para conversar con una mujer, basta con cambiar impresiones. Para charlar con un hombre, hay que mantenerlo hablando, y para esto hay que discutir. Ellos hablan por dos motivos: para obtener información (¿Dónde está el azúcar?) o para disentir (¡El azúcar no va aquí!). Estar de acuerdo les parece aburrido. Si quieres saber por qué los hombres son el sexo opuesto, opina delante de ellos. Si una mujer quiere que un hombre converse, debe disentir con él. Si él dice: “Esa película fue una porquería”, una debe decir: “A mí me gustó”, para mantener la conversación viva. Si una dice: “Mira qué buen escaparate”, él dirá: “¡Ajá!”. Y si dice: “Me gusta ese jardín”, él dirá: “Mmmm”.
Pero si él dice: “Me gusta ese coche”, y una dice: “Es una porquería”, él empezará a decirle que ella no sabe nada, que ese coche es lo máximo en tecnología automotriz porque tiene inyección turbo, dirección asistida, y bla, bla... Y una lo habrá logrado: ¡el hombre estará hablando! Y cuando no queda más nada para decir, siempre hay un hombre que lo dice. La conversación será desesperantemente aburrida, es cierto. Pero para conversaciones interesantes, búscate una mujer.
Gustos sexuales
Cuando un hombre sale por primera vez con una mujer, se pregunta si le irá bien. Una mujer ya sabe. Dos tercios de los hombres no saben hacer el amor. Y al resto, no le importa. Un hombre quiere hacer el amor cuando siente que tal vez tenga una erección. No importa que estén a punto de ir a una boda. No importa que estés recién llegada de la peluquería con rizos sostenidos en spray, ni que lleves una capa de dos centímetros de maquillaje. Tampoco le importa estar sudoroso y maloliente, que haya un perro enorme sobre la cama, o que esté su suegra en la habitación de al lado.
Ellos tienen ganas, y punto. Si intentas postergar el encuentro, él se molesta y enfurruña porque “tienes mal carácter”, “nunca quieres hacer el amor”, “siempre me rechazas” y otras falacias... Los hombres son como el azúcar morena: pueden ser dulces, pero siempre son poco refinados. Una mujer no tiene relaciones sexuales como un animalito. Para ella se trata de hacer el amor, con todo lo que eso implica: hacerlo como se hace una torta, con ingredientes precisos, a fuego lento, amorosamente. O sea que cada vez que haces el amor como se debe es porque un hombre cede gentilmente su urgencia a favor de hacer las cosas con más delicadeza.
Ella necesita luces bajas, buena música, perfume, y la certeza de que nada ni nadie los va a interrumpir. Ella necesita verlo a él limpio y peinado y se quiere sentir bella ella misma. Pensándolo bien, si no fuera porque los hombres insisten en hacer el amor en las peores circunstancias, sin esperar que esté todo como ellas quisieran, desde hace rato, las cucarachas serían las únicas habitantes del planeta.
Ayuda (él a ella)
Imaginemos que le pides ayuda a un hombre y que él te la da, pero sin ganas o del modo equivocado. Entonces suspiras y le dices: “Deja, no importa: lo hago sola”. ¿Sabes qué pasa? ¡El hombre se va al sofá a mirar la tele! Tú empiezas a pegar portazos de furia. Y él pregunta: “¿Ahora qué diablos te pasa?”. Y tú le dices: “¡Si no te das cuenta, no vale la pena que te lo diga!”. Él dice: “¿Cómo voy a saber qué te pasa si no me lo dices?”. Tú le contestas: “¡Es que no te das cuenta de nada!”. Entonces él soluciona todo poniendo la tele muy fuerte y mirando dibujitos animados, mientras tú terminas haciendo todo lo que tenía que hacer él. Eso sí. Nunca le pegues a un hombre con gafas. Mejor con un palo de amasar.
Ayuda (ella a él)
Imaginemos que quien necesita ayuda es él, y te llama para que le des una mano. Tú estás amasando espaguetis y vigilando que no se queme la salsa al mismo tiempo que intentas darle la papilla al bebé y pedir cita con el dentista, cuatro cosas que los hombres no hacen ni aunque los apunten con una pistola. Pero él, ignorando que estás ocupada, además exige que lo ayudes arrastrando un piano, por ejemplo. Entonces se enfurece porque no vienes ya, y porque debe esperar que antes bajes el fuego y te laves las manos llenas de masa pegoteada.
Pero cuando llegas al piano, te hace esperar diez minutos mientras él acomoda un trapo bajo el ángulo, para que no se raye el piso. Pero cuando te cansas de esperar y vuelves a la cocina, él dice: “¿Qué haces? ¡Ven aquí que me tienes que ayudar!”. Así diez veces, tú yendo y viniendo de la salsa al piano y del piano a la salsa.
Luego te explica, ya impaciente y malhumorado, cómo quiere que empujes el piano, quejándose e insultando como un borracho loco con cada milímetro que mueves el piano en una dirección errónea. Ambos termináis con dedos machucados y pies aplastados, en medio de una riña infernal en la que él no dijo “gracias” ni una vez porque para lo único que tú serviste, según él, fue para estropearlo todo. Agradeces que el piano es muy pesado como para tirárselo por la cabeza al hombre. Y que no se le puede poner cicuta a los espaguetis, porque tal vez los pruebe el bebé.
Conclusión: Si tu pareja te dice: - Cariño, ¿puedes darme una mano con el piano? Respóndele: - ¡Que te ayude tu abuela!. Y te ahorras 23 pasos de pura discordia inútil.
¿Qué opinas? ¿Estás de acuerdo? ¿Tienes algo que añadir?