A la puta calle es un grito que nos interpela a todos, pero sobre todo al poder: al poder mediático que pudo denunciar con beligerancia el drama de los desahucios y tardó tanto en hacerlo; al poder financiero y su codicia infatigable; al poder político, incapaz de poner diques a esa codicia y solucionar esto, ese poder convencido de que "gobernar es repartir dolor", decidido a no mirar hacia abajo y detener la caída de tantos millones de personas normales.