Que en cuitas de amor, Por una mujer Padezco dolor.
Esa mujer es la luna, Que en azar de amable guerra, Va arrastrando por la tierra Mi esperanza y mi fortuna.
La novia eterna y lejana A cuya nívea belleza Mi enamorada cabeza Va blanqueando cana a cana.
Lunar blancura que opreso Me tiene en dulce coyunda, Y si a mi alma vagabunda La consume beso a beso,
A noble cisne la iguala, Ungiéndola su ternura Con toda aquella blancura Que se le convierte en ala.
En cárcel de tul, Su excelsa beldad Captó el ave azul De mi libertad.
A su amante expectativa Ofrece en claustral encanto, Su agua triste como el llanto La fuente consecutiva.
Brilla en lo hondo, entre el murmurio, Como un infusorio abstracto, Que mi más leve contacto Dispersa en fútil mercurio.
A ella va, fugaz sardina, Mi copla en su devaneo, Frita en el chisporroteo De agridulce mandolina.
Y mi alma, ante el flébil cauce, Con la líquida cadena, Deja cautivar su pena Por la dríada del sauce.
Su plata sutil Me dio la pasión De un dardo febril En el corazón.
Las guías de mi mostacho Trazan su curva; en mi yelmo, Brilla el fuego de San Telmo Que me erige por penacho.
Su creciente está en el puño De mi tizona, en que riela La calidad paralela De algún ínclito don Nuño.
Desde el azul, su poesía Me da en frialdad abstrusa, Como la neutra reclusa De una pálida abadía.
Y más y más me aquerencio Con su luz remota y lenta, Que las noches trasparenta Como un alma del silencio.
Habéis de saber Que en cuitas de amor, Padezco dolor Por esa mujer.
Leopoldo Lugones
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