He querido llevarte flores, no sé por qué razón quería estar allí, no sé si por sentirte cerca o más lejos, no sé si por llorarte intensamente, no sé si por contarte mis secretos, o por escuchar mis silencios y latidos o quizá por descubrir una vez más a qué sabe una lágrima, y no es porque fuera de ése lugar no te piense ni te sienta... ni te llore, solo sé que he querido estar allí.
Los días siempre tienen sus noches y en ésta que ha sido casi otoño he querido que calara en mi piel el viento frío del norte y con él he vuelto a estar contigo, a pensarte, sentirte y llorarte, pero le he negado a mi alma ser helada para ti... y para mi sueño y ha renacido en mi esa niña de suspiros callados y silencios incomprendidos. Te voy a contar un diminuto cuento... a ti y a mi sueño.
Esa niña elevó su mirada al cielo y recogió con sus manos una nube y con ella se secó los ojos, estaba triste. Y al sentir el frío alcanzó con sus dedos la punta de un manto de estrellas y tapó sus hombros para sentir calor. Recogió del suelo una flor y la prendió en su pelo, quería estar guapa para ti y para su sueño.
Esa niña siguiendo en su cielo, alcanzó detrás de una nube la luz de la luna y con ella se puso a tejer un jersey de hierbas verdes y frescas, porque con las alas que le daban sus sueños tan pronto acariciaba las estrellas como sus descalzos pies se posaban en su cerro. Pensaba... le gustará el jersey. Mientras seguía tejiendo le llegaba un aroma de añoranzas tan parecido a aquel cuando era tan pequeña y jugaba a ser una de esas flores que al soplarla estalla y se extiende haciendo cosquillas y la nariz se alborota al sentirla y luego se reposa suave y sumisa sobre una mano.
Cuando terminó de tejer ese jersey, tomó con sus manos ramas y hojas de los árboles y lo envolvió atando su pequeño tesoro con un gran lazo de ilusiones y esperanzas. Iba a ser un regalo, lo dejó en sus pies y se sentó sobre un manto de mariposas que enlazadas viajaban a posarse en el pétalo de una preciosa rosa amarilla. Voló un ratito con ellas, acariciando sus sedosos colores mientras todas las flores le contaban... que allá en el país de los sueños e ilusiones, un duende estaba haciendo una colección enorme con alas de muchos colores para taparse en las noches en las que el miedo intentaba robarle la calma a su alma.
Cuando las mariposas dejaron a esa niña en una barca, asomó sus ojitos al agua transparente y clara y tomó con sus manos un trocito de mar, lo envolvió para que tomara forma de bufanda y la puso en su cuello, acercó la tela de aguas a su cara sintiendo la caricia de las olas, rozó con la punta de su lengua un hilo que brotaba de sus ojos, y con una tímida sonrisa... ¡está salada… como esas pequeñitas olas!
La barca le acercó a la orilla de una playa y cansada por su paseo se recostó sobre unas rocas de plata y recogiendo arena fina y blanca se moldeó unos zapatos para que sus pies no sintieran dolor de pasos y de huellas. Luego en su soledad vio como empezaban a caer gotas de agua del cielo y para que no se sintieran tan atrevidas y solas quiso acompañarlas y de sus ojos brotaron lágrimas, pero el sol... al ver tanto agua se enfadó y le dio un empujón a una nube negra y ella como no entendía y a la vez le asustaba esa oscuridad, entonces... alargó su mano y cogió un arco iris para que le sirviera de paraguas y sobre él cayeron las últimas gotas de lluvia... y al cerrarlo, ¡será locura, creyó ver en sus bandas de colores alguna de sus lágrimas!
Esa niña se levantó y le suspiró al sol para que brillara, y él generoso se hinchó como un globo tanto que explotó en rayos dorados, algunos cayeron sobre su corazón, otros adornaron como anillos sus dedos, hubo algunos que al juntarse hicieron una preciosa diadema para su pelo, unos cuantos brillaron como chispas en sus ojos y algunos se quedaron para iluminar sus sueños.
Y enredada entre sus pensamientos el tiempo volaba, entonces se puso a mirar el cielo y con ojillos traviesos tuvo una idea: ¡colgarse de la luna! Pensó que quizá ella, entendiendo su tristeza tal vez le acompañara y se dejó balancear por ella, ¡qué bien!, dijo la niña, está creciente, pero al querer llegar más alto se agarró con tanta fuerza de los extremos de la luna, que sin querer rompió las dos puntas y se asustó y cayó al suelo y sin mirar para arriba mientras caminaba creía escuchar sollozos, alguien que desde el cielo... lloraba.
Nerviosa por lo que había hecho se metió en su cama de espumas blancas a esperar el mañana. Nació el sol y le saludó entrando por su ventana, pero ella solo quería que llegara la noche y mirar la luna, le daba miedo pensar que ya no fuera tan bella y que no se quisiera asomar para acompañarla en sus noches, porque le faltaban dos puntas que se habían quedado clavadas en su piel y su alma. Esperó y esperó y finalmente llegando la noche, una estrella, la más brillante le anunció con su brillo que la luna ya llegaba. Y allí la vio...
Y suspiró y le dio las gracias al universo entero porque miró su luna blanca y estaba redonda y tan bonita como siempre... ella la miraba…
Estaba tan contenta que le dio un tirón a una esquina del cielo y enseguida aparecieron el resto de las estrellas que sonrientes caían en sus manos para que ella no sintiera la soledad y en su carita no se dibujara esa tristeza que le había dejado el viaje de la estrella más bonita y buena del mundo, a la que le tejió un jersey de miradas blancas, de sonrisas abiertas, de toda la ternura que guarda su corazón, de todo el amor que ella le había dado.
He construido un sueño con la luna y las estrellas, he viajado con las mariposas, he descansado con mi sueño en esa playa y cuando llovió... un arco iris fue mi paraguas. Otro día te contaré otro cuento...Te quiero tanto Mamá.
Alma_Kore
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