¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a Ti, dulce amor
mío,
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te
envío?…
A Ti, sin nombre para mí en la tierra,
¿cómo te llamaré con aquel
nombre,
tan claro que no pueda ningún hombre
confundirlo, al cruzar por
esta sierra?
¿Cómo sabrás que enamorada vivo
siempre de Ti, que me lamento sola
del
Gévora que pasa fugitivo
mirando relucir ola tras ola?
Aquí estoy aguardando en una peña
a que venga el que adora el alma
mía;
¿porqué no ha de venir, si es tan risueña
la gruta que formé por si
venía?
¿Qué tristeza ha de haber donde hay zarzales
todos en flor, y acacias
olorosas,
y cayendo en el agua blancas rosas,
y entre la espuma libros
virginales?
Y ¿por qué de mi vida has de esconderte?
¿Por qué no has de venir si yo te
llamo?
¡Porque quiero mirarte, quiero verte
y tengo que decirte que te
amo!
¿Quién nos ha de mirar por estas vegas,
como vengas al pie de las
encinas,
si no hay más que palomas campesinas
que están también con sus
amores ciegas?
Pero si quieres esperar la luna,
escondida estaré en la zarza-rosa,
y
si vienes con planta cautelosa,
no nos podrá seguir paloma alguna.
Y no temas si alguna se despierta,
que si te logro ver, de gozo
muero,
y aunque después lo cante al mundo entero,
¿qué han de decir los
vivos de una muerta?
Carolina Coronado