Treinta y dos sillitas blancas en un viejo comedor, y
una vieja parlanchina que las pisa sin temor. (La boca)
Al revolver una esquina me encontré con un convento, las monjas
vestidas de blanco, la superiora en el centro, más arriba dos
ventanas, más todavía un par de espejos y en lo más alto la
plaza donde pasean los caballeros. (La cara)
Kissitos, que la sigan pasando divinos.
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