En una noche de esas claras, llena de luz, estrellada y con la luna brillando entre ellas, animándolas a sacar sus bellos colores de luz y adornar el firmamento. Entre todas ellas había una triste, apagada, esa estrella se quedaba muy cerquita de la luna y miraba a las demas como brillban, jugaban y se lanzaban en haces de luz, en estelas de sueños por cumplir. Pero la estrella que no brillaba tanto, cada noche se acercaba a la luna y casi escondida tras ella pues era más grande, para que nadie la viera, sollozaba.
Tenemos una estrella rara entre nosotras, acertó a decir la estrella más veterana, nunca quiere brillar, no corre para atravesar el cielo, he pensado que es mejor deshacernos de ella, le diremos que se busque otro lugar, otro cielo, que ya no puede seguir más con nosotras.
Algunas estrellas no estaban muy de acuerdo, pues se veía que la estrella que hablaba no parecía tener mucha compasión, pero como suele suceder en muchos casos, el no querer buscarse complicaciones motiva injusticias y todas callaron y asintieron que eso era lo más conveniente.
Y así decididas un día se acercaron a ella: hemos acordado que debes abandonar nuestro cielo, no brillas y cuando los humanos miran al cielo, tu desluces la belleza de una noche estrellada, causas inquietud y desconcierto, aquí debemos brillar todas por igual, y si no brillas nos inquietas, es mejor que te alejes de aquí.
Viendo la veterana que la estrella triste comenzaba a tener húmedos los ojos por que lo que estaba oyendo, apretó aún más con las agudas puntas de sus hirientes palabras añadiendo: además, la luna dice que siempre andas muy cerca de ella, le quitas luz con tu mirada, ya se ha cansado de ti, es mejor que te vayas. ¿Eso dijo la luna? preguntó la estrella apenada... sí, sí, respondió con seguridad la vieja estrella ¿no te das cuentas? cada vez se pone más lejos de tí, tu le das sombra.
La estrella, mirándolas con más tristeza y apagando ya por completo la luz de su esperanza tan solo acertó a decir: no brillo como vosotras, no quiero incomodaros y a la luna tampoco, ya me alejo.
La luna vio un rastro débil de desesperanza y unos polvorientos recuerdos incandescentes que se alejaban... y enfadada sin comprender el motivo, pensó que esa estrella era una desagradecida que no valoraba nada y sin más le dío la espalda.
Pero con el paso de los días, sin darse cuenta, la luna miraba hacia ese pequeño hueco que siempre había ocupado esa estrella y nada veía y se puso triste. Algunas noches pensando en esa estrella imaginaba ver su sonrisa plácida y relajada reposando muy cerquita suyo, sin brillar mucho, pero segura de sentirse bien, protegida, sin pedir nada, solo acunada en el silencio de su mirada.
Un buen día la luna derramó una sentida lágrima de añoranza y ésta al caer hizo brillar en el cielo una luz intensa, sin que nadie comprendía que era, pero era una luz inmensa, muy brillante, distinta a las que hasta ese momento se había contemplado en el firmamento.
¿Qué puede ser? murmuraban las estrellas, nunca vimos nada igual... no entendemos, decían confundidas... pero la luna al ver ese intenso destello conocido, comprendió lo que sucedía y con voz cálida dijo bajito: hola, me alegro mucho... de que estés aquí , tan cerquita.
Entonces esa estrella junto a la luna empezó a brillar agradecida, con una fuerza que deslumbraba, pues lo que había sucedido es que cuando la luna vio ese rastro polvoriento de esa estrella que se marchaba no se dió cuenta de que en realidad no se había ido, simplemente había dejado de brillar, se había apagado y sin fuerzas para alejarse se había quedado allí, muda, callada, y lo que se había alejadado era ese rastro débil de desesperanza y unos polvorientos recuersdos incandescentes... que se apagaban.
Lágrima azul |