Siempre preciptado y a destiempo. No ha nacido hombre sobre la tierra con menos capacidad para conquistar que Papaoso. De ahí sus siempre hirientes y envidiosos comentarios. Yo jamás he hecho alarde en público de mis grandes dotes como nadador y saltador de trampolín.
Eso que ha narrado es un chiste muy viejo y me lo ha aplicado a mi humilde persona.
Si bien es cierto que salto muy bien. La afición me viene de pequeño.
Os cuento lo que me sucedió de pequeño:
La madre de mi amigo Nicolás nos invitó al circo americano. Eramos seis niños, todos compañeros de colegio y lo del circo nos hacía mucha ilusión. Un número de perritos, otro de elefantes, los payasos, el domador de leones y tigres, una familia de húngaros que daban unos saltos tremendos y un tipo con aspecto de estafador que presumía de haber enseñado a hablar a dos focas. Le aplaudimos con entusiasmo pero aquellas focas no sabían hablar. Después del descanso una de las grandes atracciones. Madame Borisk, la gran trapecista. Subía por unas escaleras a lo mas alto de la carpa, y sin red ni vainas se balanceaba de uno a otro lado; cuando Madame Borisk fue a dar el triple salto, la madre de Nicolás dio por finalizada la sesión circense: “Niños a confesarse”- nos dijo.
Aquello me pareció rarísimo. Madame Borisk llevaba un vestido de lentejuelas brillantes con una faldita tan corta que se le veían las braguitas cuando daba volteretas. En una de las contorsiones, manolito que era el más avanzado de la clase, soltó un silvido mientras gritaba: “Tía buena!” La madre de Nicolás, vicepresidenta de la Asociación de Padres de Alumnos, no consintió nuestra permanencia en el circo. Lo cierto es que ninguno, excepto Manolito había reparado en la visión carnal de la Borisk. A nosotros, ya tan castos desde pequeños, nos importaba más su espeluznante número y el suspense de la visión anticipada de la tragedia . La madre de Nicolás cumplió su promesa, nos invitó a merendar y nos llevó a la iglesia a confesar. “Nada niños, lo que habéis visto es una indecencia”- nos dijo.
_A confesarnos? –dijo Manolito.
-Sí, ahora mismo, a confesaros por los malos pensamientos que habéis tenido durante la actuación de esa fresca. Y yo también por llevaros a un espectáculo tan indecente.
El cura:- Sí, hijo, ya se que has tenido un mal pensamiento con la trapecista. No te preocupes, reza un Ave María y ya está.
A la semana siguiente, Nicolás, nos invitó de nuevo. Esta vez al cine a ver Sissi emperatriz. Manolito y yo no aceptamos. Nos fuimos al circo a ver a Madame Borisk.
Así y no de otro modo nació mi afición por los saltos de trampolín en la piscina.
Pero siempre con la castidad que me distingue. Puro hasta decir basta. Jamás un mal pensamiento asalta mi beato comportamiento. No digo que en mis fiebres de juventud cometiera algún desliz; pero cualquiera que me conozca sabe de mi incapacidad para tener ni un atisbo de visión libinidosa con mis amigas. Ni que decir tiene que menos aún con mis amigos, así que ya lo sabes Papaoso. No te hagas ninguna ilusión.