Valores y verdades Buscando de donde agarrarnos, la vida nos ofrece dos asideros: el de los valores y el de las verdades.
Los valores son la esencia del instinto en su estado más solvente, aquel que no precisa de leyes, prescriptores ni embaucadores: el respeto hacia uno mismo y los demás, el amor y la amistad aprueba de adversidad, el compromiso, la tenacidad y el esfuerzo, el bien común sin exclusión por filtro ideológico.
Una vez asumidos, los valores son la cima de nuestra solvencia y paz, porque nos elevan y ayudan a planear entre las miserias cotidianas. Los valores nos convierten en aves; su ausencia, en reptiles.
Respecto a las verdades, las hay de dos tipos. Unas son las verdades ciencia, esas cumbres del saber racional que algunos siempre trataron de frenar desde su indecencia cerebral. Las otras son las verdades ideológicas, todas ellas y sin excepción inventadas, nacidas desde las circunstancias de un momento, y siempre mutables en el tiempo.
Las verdades inventadas son como los relojes de sol: sirven mientras no hay nubes y nos dan la hora. Su gran objetivo es dominar los cerebros con un último fin: alimentar el orgullo, los déficits cerebrales y la panza de sus dirigentes. Por eso sus jerarcas detestan, anatemizan y cuando pueden persiguen toda duda, desgana o anorexia.
Al final de los finales, más construye y sirve un eterno valor optimista que una inventada verdad represiva.
clic Ángela Becerra
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