Respecto al lagrimal Las lágrimas son la lluvia del alma. De repente, un día el suelo tiembla, la mirada se nubla, el deseo se comprime. Lo seguro se transforma en incógnita. Nos rompieron el mapa. Y nos invade necesidad de ayuda: consejos en los que reposar el cerebro, sentires entre los que entretejer nuevas esperanzas, tibiedad de cariños viejos con los que calentar la nueva soledad.
En los duelos del alma, la conciencia con la que brotan las lágrimas es fundamental: las desesperadas y vencidas son lluvia herida y perdida, que primero anega y después ciega. Es mojar tierra que se nos volvió piedra, jadeo estéril tratando de humedecer raíces de carbón.
A la inversa -todo lo vivo siempre tiene dos caras- las lágrimas serenamente indignadas son energía solvente, abridora de nuevos terruños, humidificadora de secanos, luz de azares agazapados.
Como dice un alguien muy profundo y convivido, lo peor del miedo es que te derrota antes de luchar. El principio y el fin de nuestra existencia vibra en medio de toda la energía que cada uno genera para seguir y ser por sí mismo.
Convivir es compartir, es prolongarse para entrelazarse a otro ser con el que sumarse y multiplicarse.
Cuando a veces, penosamente, hay que romper, las lágrimas más sanas son aquellas que humedecen nuestra reconstrucción.
Sólo estamos solos cuando nos abandonamos a nosotros mismos. 24 de Junio de 2009 | Ángela Becerra
|