La confianza mutua es la sublimación del entendimiento. Cuando se produce, se duplican los cerebros para pensar, las manos para actuar, los pies para caminar, las almas para sentir. Se trenzan percepciones, atan sensaciones y funden conciencias. Se cobija paz y se multiplica fe.
La confianza tiene la estructura de la cebolla: está hecha de capas, y como todo lo que suma siempre es unión de sumandos. El cumplimiento de lo pactado, el reconocimiento espontáneo del error, la entereza frente a la incerteza, la ética por encima de toda estética, el incuestionable valor de la palabra dada frente a la ventolera incierta de la duda sin futuro.
Dar y esperar confianza es don máximo de esos que antes eran reconocidos como "buena gente" y que hoy quedaron desnominados, porque la prisa por supervivir recortó los adjetivos solventes y extendió los maliciosos.
En su reverso se encuentra la resbaladiza incerteza, hecha de capas de mentiras, incongruencias, desidias, promesas compulsivas e incluso absurdas ingenuidades. Convivir sin confianza es navegar sin velas, porque nunca acabas de conocer la dirección exacta del viento ajeno.
Confianza y engaño son la cara y la cruz de las monedas de quienes entran o pretenden meterse en nuestros bolsillos. Cuando hay confianza siempre te enriqueces. Cuando hay engaño, al final siempre acabas pagando.