Los dos personajes más enigmáticos de la historia de Egipto: Cleopatra y Tutankhamón
Howard Carter no podía imaginar que el fabuloso hallazgo de la tumba de Tutankhamón en el Valle de los Reyes abriría la puerta a un interrogante sin respuesta, un enigma reforzado con el hallazgo de una lesión en el cráneo de quien fuera dueño del país del Nilo. ¿Esta lesión se debe a un fuerte mazazo ejecutado por ambiciosos verdugos, a un accidente de caza o no es más que el rastro que deja un tumor cerebral? Las hipótesis son abundantes y muy dispares, pero la verdad de lo sucedido en los últimos días del faraón Tutankhamón ya no está a nuestro alcance. Nunca sabremos con total certeza si fue víctima de una conjura palaciega o de un tumor. En realidad, la única cosa cierta que conocemos del joven faraón es que murió a los 19 años. De él se puede decir lo mismo que Kavafis dijo de Cesarión, el hijo de Cleopatra y Julio César:
Ah, ahí estás, con tu indefinido encanto. En la historia hay tan sólo unas pocas líneas sobre ti, de modo que puedo moldearte más libremente en mi pensamiento.
“Cosas maravillosas”. Eso respondió Carter a lord Carnarvon cuando éste, con voz emocionada, preguntó al tenaz egiptólogo británico: “¿Qué ve?”. Tesoros aún más sobrecogedores que los encontrados por Carter en el Valle de los Reyes es lo que ahora esperan descubrir, cerca de Alejandría, dos equipos de arqueólogos, uno egipcio y otro de la República Dominicana. La tumba que buscan no es otra que la de Antonio y Cleopatra, que según Zahi Hawass, director del Consejo Superior de Antigüedades de Egipto, podría ser mayor que la de Tutankhamón. Ambos personajes, Tutankhamón y Cleopatra, son los más enigmáticos de la historia del misterioso Egipto de los faraones. Ambos están rodeados por la leyenda. Tutankhamón inspira piedad. Cleopatra, la última soberana del tres veces milenario reino de Egipto, nos fascina. Y esto a pesar de que la mayor parte de los datos sobre ella provienen de los propagandistas de Octavio Augusto César, empeñados en desacreditar a la reina de Egipto y a su amante Marco Antonio, mostrando al segundo perpetuamente ebrio y a la primera con el aspecto de una puta. Ni el fino Plutarco, cuando pintó el encuentro de Cleopatra y Antonio en Tarso, escapó a la leyenda romana de la reina de Egipto: una mujer ávida de lujuria, seductora, a pesar de su nariz imperfecta, y en resumen una vampiresa, algo similar a la gran ramera de Babilonia. Shakespeare y el cine actuaron después de inesperado cosmético, abundando en la leyenda rosa de los dos amantes, espesando la historia de amor loco entre el cónsul romano y la reina del Nilo, elevando al plano del espíritu a Antonio y a Cleopatra al plano de las grandes heroínas trágicas de la Historia.
Lujo, amor y alta política, es cierto, se cruzan en la biografía de la última reina del Egipto ptolemaico, fundado por uno de los generales amigos de Alejandro Magno. Pero la realidad fue, sin duda, distinta de la que nos contaron los enemigos de Antonio y el cineasta Joseph L. Mankiewicz. Ni puta ni princesa de folletín. Lo poco que se ha salvado de la historia no oficial da una imagen muy distinta de Cleopatra: una mujer inteligente y culta, que además del latín y el griego, hablaba las lenguas de todos sus dominios. Cleopatra reinó sobre el cadáver de su hermano Tolomeo XIII, ocupó el trono de Egipto usando a Julio César y soñó, junto al triunviro Marco Antonio, una dinastía que uniese para siempre los destinos de Egipto y Roma, con capital en Alejandría.
La enigmática reina y su amante Antonio no fueron víctimas de la lujuria, ni del amor, sino del fracaso. Quisieron ser reyes de reyes. Pero Octavio destruyó aquel sueño en la batalla naval de Actium. Marco Antonio se suicidó y Cleopatra, prisionera de Roma, rechazada por Octavio, optó también por quitarse la vida. El pasado, tal y como lo cuenta el mito, suele ser más literario que la verdad. Pero no por eso la verdad, siempre enigmática, resulta menos interesante. Hoy, los arqueólogos que persiguen la tumba de Antonio y Cleopatra en las cercanías de Alejandría sostienen que las 22 monedas halladas en el lugar de excavación indican que la reina del Nilo era realmente bella, desacreditando las versiones que cuestionaban el atractivo de Cleopatra.
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