Sólo solos... Caminaba por una callecita de Barcelona, de esas que nacen en las Ramblas y se adentran en esa peculiar babilonia de transeúntes e inmigrantes, y de pronto un muro me habló directamente a los ojos. Enmarcado en sendos signos de admiración, un descomunal graffiti, en letras repintadas, vociferaba : ¡¡¡SÓLO SOLOS SOMOS LIBRES!!! Era evidente que quien lo había escrito había experimentado algún tipo de prisión y, tras un largo y terrible encierro, ahora lanzaba a los cuatro vientos su consigna de emancipación y triunfo: su BASTA.
Tal vez una de las peores prisiones sea esa que se cuela en nuestra vida y te dice amorosa "eres el aire que respiro; no puedo vivir sin ti". Y una vez se ha instalado, va ocupando espacios, hasta adueñarse y vampirizar nuestras más elementales libertades. ¿Para qué queremos ser el aire de otros? ¿Es que acaso eso nos hace sentir más valiosos? ¿Sabernos necesitados alimenta nuestro ego? Un juego peligroso; la gran trampa. ¿Será que somos nosotros quienes no sabemos vivir sin el otro? Al final, después de haber vivido tanta compañía, de haber cedido nuestro aire, la soledad termina erigiéndose como nuestra más valiosa compañera. Nuestra gran profesora.
Una de las primeras asignaturas a aprender es saber vivir la soledad. Sin experimentarnos a nosotros mismos, sin sabernos respirar ni saborear nuestro aire, seremos siempre presa fácil del ahogo. ¡Sólo solos somos libres!
Angela Becerra
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