Cualquiera que me conozca sabe que soy lo más lejano a la violencia y más si se trata de cualquier animal (exceptuando a Papaoso). Este es el único que en ocasiones me crispa los nervios y me hace perder los papeles.
No tengo más remedio que salir una vez más al abrazo de la verdad y desmentir la mala imagen que Papaoso trata de reflejar al grupo a cerca de mi siempre casta, serena y ejemplar persona, aunque me esté feo decirlo.
La mejor forma de mentir es narrar los acontecimientos lo más parecido a la verdad y así lo ha hecho. Es casi todo verdad; lo de Guipúzcoa, lo del chuletón, lo del café al sereno del pacífico paisaje, e incluso lo del cortacesped automático; del que nos llamó la atención su autonomía.
Ahora bien, lo que no ha dicho, ya que ha sido él quien ha comenzado el tema os lo voy a contar yo. Eso sí, lo más benévolo que pueda, dada nuestra amistad.
Empezamos el día con mal pie. Nada más salir de viaje nos dieron la noticia de quiebra de una empresa a la que acabábamos de vender un sistema recién instalado y sin cobrar días atrás. Según el informe de un mes antes de nuestro protagonista, esta empresa tenía un balance positivo y estaba saneadísima. Para quitarnos el disgusto inmediatamente paramos a almorzar en un restaurante de gasolinera de autopista. Él, lo primero que hace es ir al aseo (al váter, como a él le gusta decir). Yo detesto ir a los aseos de las gasolineras pero a Papaoso le encanta. Para mí que es de los que luego no tira de la cadena.
Una vez repuestos del susto continuamos camino y estuvimos en tres empresas que ya estaban concertadas las entrevistas e incluso medio convencidos de la compra. Fue entrar él en escena y automáticamente rechazar la oferta.
De repente me dijo que se encontraba mal. Empezó a toser con escaso nivel dramático. Pero no dejó de quejarse hasta que fuimos al hotel y se encerró en su habitación a chatear con sus amigas.
Mientras, yo, anteponiendo siempre el deber a cualquier otra inclinación, me dediqué a realizar llamadas a otros clientes hasta la hora de la cena. Horas después le llamé a su habitación sin obtener respuesta. Temiéndome lo peor le llamé al teléfono y me dice que me estaba esperando en una sidrería. Ya se le había pasado el malestar. Cuando entré en el local lo encontré sentado en una mesa del fondo en actitud pensativa con la mano en la barbilla. Pues Papaoso es de los que cree que el hombre adoptando esta actitud aún en la intimidad gana mucho. También es de los que piensa que un hombre que se precie, debe de rodear con sus brazos a otra mujer que no sea la suya. Actitud ésta que a mí me escandaliza y me rompe los esquemas tan castos y puros que siempre me acompañan. No voy a entrar en detalles durante la comida, come masticando con la boca abierta, erupta mejor que cualquier árabe, y la chica que nos servía yo creo que se percató y más que darnos de comer, nos echaba de comer. Avergonzado, le recriminé su actitud al salir fuera a tomar el café y él se venga inventando la historia del cortacésped.
En fín, sin comentarios. Pocas veces he pasado tanta vergüenza ajena como en Guipúzcoa.