Don Nicomedes era el médico de mi pueblo.
Tenía merecida fama de cargarse a cualquiera que se le pusiera enfermo.
Va por él:
Llegó un muchacho a cansarse
de su vida desdichada,
y ayer, por la madrugada
salió dispuesto a matarse.
Se fue al mar, y a la corriente
lanzóse obstinado y fiero,
mas lo advirtió un marinero
y le salvó diligente.
En su decisión formal
luego un arma preparó,
contra el pecho disparó,
y al fin......¡nada!, cargó mal.
Volvió a casa, de ira rojo
con el intento de ahorcarse,
pero al ir a estrangularse
rompió el cordel, que era flojo.
Postrer recurso ensayó
empeñado en su porfía;
fingió que algo le dolía
y a su médico llamó.
De saber haciendo alarde
le auscultó don Nicomedes,
y...........les participo a ustedes
que el entierro es esta tarde.