Hace días que no coincido en viaje con Papaoso. Por este motivo no me acontece nada digno de contaros. Sin embargo echando mano de mis anédotas pasadas he recordado la acontecida con mi primo Matías que reside en Barcelona actualmente.
Mi primo Matías se compró un barco, tras sufrir unos exámenes de patrón de cabotaje que al fín consiguió aprobar, no sin esfuerzos. Digo lo de los esfuerzos porque casi nos sabíamos toda la familia los libros con prácticas incluídas. Lo tenía en Puerto Pollensa, al norte de Mallorca. Una mañana decidió navegar hasta Ibiza, esa isla de los sentidos desbocados y las mañanas calmas. Le acompañábamos en la travesía unos cuantos amigos. Mañana de horizontes claros, la mar quieta y añil. De vez en cuando la visita de los delfines. Arribados a Ibiza le indicaron el atraque. Para llevar a buen puerto la operación era necesario anclar entre dos embarcaciones. Defensas fuera y marcha lenta. La embarcación de estribor era un velero de bandera francesa con varios nudistas en su interior. Para mi primo lo más importante era preservar de cualquier roce su recién estrenado navío. El lugar que debía ocupar era angosto. Ya metía su proa en el estrecho margen que dejaban las embarcaciones cuando mi primo se vió obligado a agarrarse al barco francés para culminar su maniobra. El barco francés soltó un grito tremendo que zarandeó la clama ibicenca. A mi primo, preocupado tan solo de mantener intacto el casco de su barco, no le afectó el grito. Se mantuvo asido a una cosa del barco francés que no soltaba por todo el oro del mundo. Mi primo corría de proa a popa y viceversa agarrando con la mano derecha la cosa sobresaliente del barco galo. Atraque perfecto y ni un solo roce en el casco, pero el grito de dolor no cesaba.
Pasados los primeros sustos y ya con la paz recobrada caímos en la cuenta que lo que mi primo había agarrado era el pitilín del nudista capitán francés. Lo confundió con la barandalateral.
Mi primo que es muy suyo, no sólo no se disculpó si no que haciendo gala de su singular francés le gritó:
-Cochón….que eres un pedazo de cochón.
Nosotros que acabábamos de almorzar y habíamos abusado de unas botellas de orujo gallego, a punto estuvimos de emprender una trifulca que estuvo al borde de tener que intervenir la embajada.
Al fín reinó el sentido común y todo recobró su sentido. Minutos después el velero francés partió hacia rumbos desconocidos mientras nosotros nos dispusimos a prepararnos para disfrutar la noche ibicenca una vez llegara la hora.
Del aguerrido marino francés nunca más se supo, pero algún marino errante no aseguró que ahora navega vestido de buzo, sobre todo cuando está próximo el atraque.