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ero así era la capital no hace tanto. Hoy se cumple el centenario del primer automóvil matriculado en la ciudad, un Panhard, un acontecimiento que tuvo lugar el 19 de agosto de 1907.
Por aquel entonces, el parque automovilístico movía a risa: apenas había unos 40 autos en Madrid -en manos principalmente de personalidades de la aristocracia-, y no llegaban a 25 en Barcelona -donde los propietarios eran representantes de la alta burguesía catalana. Comprar un coche costaba entonces entre 6.000 y 15.000 pesetas, mantenimiento aparte, y el sueldo medio era de 4 pesetas diarias.
El primer automóvil de gasolina que circuló por las calles de Madrid lo hizo en 1898, y estaba conducido por el alcalde, el conde de Peñalver, que lo trajo desde París a 20 kilómetros por hora. Dicen las crónicas de la época que tardó 5 días en llegar hasta San Sebastián.
Un viaje para cubrir semejante distancia en los nuevos «cacharros» tenía sus complicaciones de orden práctico. La primera y principal: en los caminos y carreteras no existían aún los surtidores de gasolina. Para resolver el escollo, el combustible fue enviado por tren en bidones a distintas estaciones del recorrido, a las que acudían los autos para hacerse con el necesario suministro.
En la capital comienzan a aparecer sucursales de fabricantes automovilísticos: la firma Clement abre una en 1898, y hay una segunda en marcha en 1902 en la calle del Arenal, 22.
Contra los atropellos
El alcalde en 1901, Alberto Aguilera, dictó un decreto prohibiendo la circulación de carros y camiones que utilizasen más de cuatro mulas, para evitar el deterioro del pavimento.
Y en 1908, para evitar tanto atropello como se estaba produciendo, el alcalde, el conde de Peñalver, estableció una velocidad máxima en el centro urbano: «No más que la de un buen tronco de caballos al trote -10 kilómetros a la hora aproximadamente-, y no más que la del paso de un hombre en las zonas muy concurridas».
Pero no sólo los dueños de un vehículo y sus amigos podían recorrer la ciudad montados en un flamante automóvil: desde el 28 de marzo de 1909, podía hacerlo cualquiera con suficientes medios para pagarse un autotaxi. El chiste de la época: «¿En qué se parecen estos autos a una barbiana castiza que escucha un chotis? En que se marcan solos».
En ese arranque del servicio de taxis, había un total de diez en Madrid. Su alquiler se pagaba por recorrido, con arreglo a la siguiente tarifa: una o dos personas, los primeros 800 metros o fracción, 1,25 pesetas. Cada 400 metros más o fracción, 20 céntimos. En 1918, la bajada de bandera costaba ya una peseta.
Con la llegada del auto, llegó también el principio del caos a Madrid. Había calles en que se podía transitar por la derecha o por la izquierda, según fuera la titularidad de la vía municipal o del Estado.