
Mi soledad
Mi soledad se te cruzó en la calle;
caminabas deprisa…, no la viste.
Rozó tu pelo con su mansedumbre
de ala de cisne,
como el beso de un niño, suave pétalo
apenas perceptible.
Te llevaste la mano a la cabeza,
como si las primeras hojas grises
del otoño mecieran en el aire
los sueños de su origen.
No era nada, pensaste,
tal vez la brisa apenas perceptible.
Y seguiste a tu paso,
ágil, resuelta, libre.
Mi soledad se entrelazó a tus piernas,
grilletes delicados, invisibles.
Diste un leve traspiés, como si hubieras
tropezado en un ángel sin perfiles.
Miraste al suelo, y lo explicaste al punto
por la aspereza de los adoquines.
Mi soledad se adelantó a tu curso,
se dio la vuelta y te esperó a pie firme,
mirándote a los ojos,
mas te infiltraste en su incorpórea efigie
pasándola de largo,
y cada vez mi soledad más triste.
Mi soledad, al fin desalentada,
se negó a más intentos. Eran grises
las luces de la tarde,
apagando sus almas los jardines.
Sentada al pie del roble,
te siguió con la vista. Llegó al límite
de sus intentos, y arrojó la toalla.
Nostálgicos violines
que nadie oía rasgueaba su alma.
Se acercaba la noche, arcana esfinge.
Los Angeles, 11 de febrero de 2010
Ver el resto del poemario "Gris y rojo"
Francisco Alvarez Hidalgo