Una de las más grandes batallas que haya librado nuestro país, tuvo lugar, aquí mismo, en la ciudad de Puebla. De ella, como se verá en las páginas siguientes salieron varias personas, que, se convirtieron en héroes nacionales. La batalla del cinco de mayo nos recuerda que alguna vez, hace ya muchos años, fuimos capaces de, aunque sólo fuera por una vez, ganarle al más fuerte. La que sigue es una historia, digna del cine, la historia de unos indígenas que, con coraje y valor lucharon contra el, entonces ejército más poderoso del mundo, y lo venció. De esta historia se desprenden nombres como los de Negrete, Díaz, Zaragoza, y muchos otros, que hoy son ídolos nacionales.
Cuando Benito Juárez tomo el poder, los mexicanos habían sufrido más de medio siglo de conflictos políticos y guerras casi constantes. Casi todas las familias estaban de luto y disfrutar de un periodo de paz era el más caro de sus anhelos. Pero, por desgracia, aún les aguardaban varios años más de acontecimientos sangrientos. El país estaba en total bancarrota, y no podía hacer frente ni a las necesidades más urgentes. Por esa causa, el 17 de julio de 1861, el presidente expidió un decreto en el que se prorrogaba dos años el pago de la deuda externa. Gran Bretaña, Francia y España protestaron,
y representantes de los tres gobiernos celebraron una convención en la ciudad de Londres, donde decidieron exigir el pago por la fuerza de las armas. Entre diciembre de 1861 y enero de 1862 las tropas aliadas desembarcaron en el puerto de Veracruz. Como ya dije antes, nuestro país estaba agotado por tantas guerras civiles e invasiones que había sufrido a lo largo de todo ese siglo y no podía afrontar más conflictos bélicos. Por esto, Benito Juárez quitó el decreto y España e Inglaterra se retiraron. Pero Napoleón III, emperador de Francia, pretendía extender sus dominios por América, y le hizo una serie de absurdas e inaceptables demandas al país, que el gobierno mexicano se negó a satisfacer. La justa negativa de México le sirvió de buen pretexto a Napoleón III para que las fuerzas francesas, al mando del conde de Lorencez, el 19 de abril de 1862, avanzaran hacia la capital de la nación.
Enorme fue la indignación del pueblo mexicano ante semejante abuso, y muchos hombres se alistaron voluntariamente al ejército que combatiría a los invasores. El Ejército de Oriente, al mando del general Ignacio Zaragoza, se colocó en las Cumbres de Acultzingo para impedirles el paso. Sin embargo, los franceses lograron vencer la resistencia, cruzaron las cumbres y llegaron a San Agustín del Palmar, mientras que Zaragoza reconcentraba sus fuerzas en Puebla. El ejército francés era considerado entonces el mejor del mundo, sus miembros eran sumamente disciplinados, habían estudiado en excelentes escuelas militares, tenían muchísima experiencia en el manejo de las armas, eran expertos estrategas, y poseían armamento de la más alta calidad. El ejército francés estaba compuesto por seis mil soldados, mientras que el Ejército de Oriente apenas llegaba a los cuatro mil. La gran superioridad numérica y militar habría hecho desalentado a hombres menos atrevidos, pero los soldados que componían el heroico ejército de Oriente se daban cuenta de del grave peligro que amenazaba su patria y pudieron todo su empeño y coraje para salvar a la nación mexicana. El 5 de mayo de 1862, en la ciudad de Puebla, tuvo lugar la histórica batalla.
En tres ocasiones las columnas imperiales atacaron los fuertes de Loreto y Guadalupe, y en tres ocasiones fueron heroicamente rechazadas. Destacaron en la batalla los indígenas zacapoaxtlas de la Sierra de Puebla, quienes en comba te cuerpo a cuerpo hicieron retroceder a los altivos "zuavos".
A las cinco de la tarde, el clarín de órdenes francés anunció la retirada; los invasores pasaron dos idas más a la vista de Puebla. Por fin el 8 de mayo el general Lorencez ordenó el retiro hasta Orizaba, población a 150 km. del lugar en que "los mejores soldados del mundo" habían sido derrotados.
Absolutamente todos se llenaron de gloria, pero las acciones más heroicas estuvieron a cargo de los generales:
Ignacio Zaragoza,
Miguel Negrete,
Porfirio Díaz,
Antonio Alvarez,
Felipe Berriozabal y
J. Lamadrid.
Por el gran triunfo de esta batalla, en septiembre de 1862, el presidente Benito Juárez nombró a la capital de nuestro estado como Puebla de Zaragoza.
Los mexicanos estaban muy heridos por la trágica derrota sufrida en la guerra contra los Estados Unidos, en la que perdimos más de la mitad de nuestro territorio, y esta gran victoria obtenida contra otro grupo de abusivos y oportunistas extranjeros, llenó de júbilo al pueblo de México y lo ayudó a revalorarse. Lamentablemente, los franceses no se dieron por vencidos, y, pocos días después, el traidor, Leonardo Márquez venció a las tropas del general Tapia en Barranca Seca, cerca de Orizaba, y en el mes de Junio, Jesús González Ortega fue totalmente derrotado en la batalla del Cerro del Borrego que domina esa ciudad. Mientras tanto, Zaragoza hacía esfuerzos por rehacer su ejército, pero ya no pudo continuar luchando porque enfermó de fiebre tifoidea y falleció el 8 de septiembre. Ese mismo mes el general Elías Federico Forey llegó a Veracruz para dirigir una campaña más poderosa, y a mediados de octubre desembarcó el general Aquiles Bazaine con más tropas. Jesús González Ortega sustituyó a Zaragoza en el mando de los ejércitos orientales y estableció su cuartel general en Puebla, que fue situada por los franceses, el 16 de marzo de 1863. La ciudad fue defendida por 22,000 hombres, mientras que otros 8,000, comandados por Ignacio Comonfort, se apostaron en las afueras de Puebla, para hostilizar a los sitiadores y reabastecer a los sitiadores de víveres y municiones. Al cabo de una encarnizada batalla, que se prolongó durante setenta y dos días, los víveres y el parque se agotaron definitivamente, y Comonfort no pudo auxiliar a sus compañeros, porque fue derrotado en San Lorenzo entre los días 6 y 7 de mayo. El general González Ortega, entonces se vio obligado a rendirse el 17 de mayo de 163, un año después de la victoriosa batalla. El general Forey le ordenó a González Ortega que destruyera todo su armamento y disolviera su ejército. Posteriormente capturó a los jefes y oficiales mexicanos, y en contra de lo establecido por lo acuerdos internacionales, dio instrucciones de que se los llevaran prisioneros a Francia, pero, por fortuna, Jesús González Ortega y Porfirio Díaz se fugaron mientras los conducían a Veracruz.
El sitio de Puebla provocó la indignación de muchos extranjeros justos y honestos, así como de diversos intelectuales, entre los que destacó el extraordinario escritor francés, Víctor Hugo, quien les envió una carta a los defensores de Puebla, en la que criticaba duramente el ataque provocado por sus propios compatriotas, y les ofrecía a los mexicanos su apoyo moral, al tiempo en que los animaba a resistir.
El presidente Benito Juárez y sus ministros abandonaron la capital en la noche del 31 de mayo y se dirigieron al norte de la República. Diez días después los invasores y sus aliados, los conservadores mexicanos, hicieron su entrada triunfal en la ciudad de México, se adueñaron del país, establecieron una monarquía y le ofrecieron la corona imperial al príncipe Fernando Maximiliano de Habsburgo, archiduque de Austria.
México necesitó cuatro largos años para conseguir expulsar definitivamente a los franceses. Pero esta ocupación no debe, tomarse como un fracaso, ya que los admirables actos heroicos de muchos mexicanos y los cientos de vidas sacrificadas en la lucha por la libertad de nuestra patria, sirvieron como un valioso antecedente que demostró al mundo que México se opone a las invasiones extranjeras, y que nuestro pueblo está dispuesto a resistir hasta la muerte, si es necesario, por defender su libertad e independencia. Es ésta la causa por la que año con año celebramos orgullosamente la victoria obtenida contra el entonces mejor ejército del mundo, en la Batalla de Puebla del 5 de Mayo de 1862.
CONCLUSIÓN:
Pienso que, si, en efecto, nos sirvió bastante para devolvernos el orgullo que años atrás Estados Unidos nos había quitado. Los que más me impresionó fue como el ejército más poderoso del mundo, con su disciplina, y sus armas, pudo haber sido vencido por unos indios, que, sólo tenían unos machetes y el amor por la patria). Si esta batalla se hubiera perdido todo en nuestra historia, particularmente en la de Puebla, habría sido distinto. Es importante decir, que a Ignacio Zaragoza se le hace alarde de algo que él no hizo, pelear en el campo de batalla y derramar su sangre por la patria. Si, fue una figura importante en esta batalla pero, según entiendo nunca estuvo en el campo e batalla.
Esta batalla a fin de cuentas, no sirvió de nada, porque, un escaso año más tarde los franceses nos ganaron. Lo que en mi opinión si tubo mucho valor, fue que pudimos decir, como en el fútbol: “Sí se puede”, y eso nos devolvió nuestro orgullo y nuestro honor.