Robarnos a nosotros mismos
«Ustedes —la nación entera— están bajo gran maldición, pues es a mí a quien están robando» (Malaquías 3: 9).
TAL VEZ LA MÁS TRISTE VIOLACIÓN del octavo mandamiento se da cuando nos robamos a nosotros mismos. ¿Cómo puede ser esto? Cuando nos ausentamos sin razón de las reuniones y los cultos. Notemos estas palabras: «También nos estamos robando a nosotros mismos, pues necesitamos el calor y la luz del compañerismo, tanto como la fortaleza que se pueden ganar de la sabiduría y la experiencia de otros cristianos» (Conducción del niño, p. 502).
Pero la transgresión más lamentable de todas de este mandamiento es cuando robamos a Dios. Ya de por sí todo fraude contra el prójimo es un atentado contra Dios: «Si alguien comete una falta y peca contra el Señor al defraudar a su prójimo en algo que se dejó a su cuidado, o si roba u oprime a su prójimo despojándolo de lo que es suyo» (Lev. 6: 2). Todo fraude contra el prójimo es también un fraude contra Dios. Pero adquiere un dramatismo más intenso cuando el fraude se hace directamente contra el Señor. ¿Cómo se puede robarle directamente? Malaquías responde: «¿Acaso roba el hombre a Dios? ¡Ustedes me están robando! Y todavía preguntan: "¿En qué te robamos?" En los diezmos y en las ofrendas» (Mal. 3: 8). La razón de este reclamo es que, desde el punto de vista bíblico, Dios es el dueño de todo; y nos da las fuerzas para trabajar y ganar dinero. Por ende, nos dice que el diez por ciento de lo que ganamos le pertenece. Notemos que eso lo estableció Dios, no el hombre: «El diezmo de todo producto del campo, ya sea grano de los sembrados o fruto de los árboles, pertenece al Señor, pues le está consagrado» (Lev. 27: 30). «Cada año, sin falta, apartarás la décima parte de todo lo que produzcan tus campos» (Deut. 14: 22). El diezmo nos recuerda que somos mayordomos de Dios.
Meditemos: «Es peligroso retener como propia la parte que le pertenece a Dios» (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 71).
Que Dios te bendiga,
Julio, 20 2010
De la Red: