Francisco Álvarez Hidalgo
De octubre a marzo se desnuda el año,
se fosiliza, hiberna como el oso;
el olmo es esqueleto tembloroso,
y la nieve, tan pura, es puro engaño.
De junio a agosto es claridad que abrasa,
indolencia de hamaca entre los pinos,
únicamente el sol por los caminos,
y la penumbra sin salir de casa.
Abril y mayo son renacimiento,
canto y retozo, amor en el postigo,
nidos, rosas, alondras, grana el trigo,
y las carretas ruedan su lamento.
Pero, ay, septiembre es la melancolía,
los besos olvidados del verano,
la nostalgia lejana de un piano,
el viejo amor que duele todavía.
Se nos deshoja el árbol de la vida
dentro del alma, se presiente el frío,
no tanto el de la piel, el del vacío
que nos dejara cierta despedida.
Mayo cita a su fiesta a los amantes,
y cada pétalo es susurro mudo
sobre su abrazo arrollador, desnudo,
transformando las horas en instantes.
Septiembre es tímido temblor de llama
que en ballet elegíaco agoniza,
presagiando tan cerca la ceniza
como el orden perfecto de la cama.
En septiembre el amante es el poeta
que, al no hacer el amor, escribe versos,
creando imaginarios universos
mientras el alma toda se le agrieta.
Triste septiembre de nostalgia y pena
de tanto como fuera, ya perdido;
septiembre que en el alma me has llovido
con ese agua glacial que me envenena.
Los Angeles, 18 de febrero de 2010