Resulta curioso pasear por el centro de una ciudad tan acogedora como Zaragoza, y observar a la gente que va de un lado a otro sin saltarse la relojería de sus compromisos y con un estricto orden cenobial, cada cual con sus quehaceres cotidianos y en apariencia felices.
Me siento afortunado por formar parte de ellos y me congratulo por la suerte que Dios me ha procurado.
Debo confesar que desde muy crío me atormenta una debilidad. Soy excesivamente emotivo. Me emociono cuando veo a otros conmovidos. También lloro con suma facilidad con los finales felices de historias tristes.
Todo viene a cuento porque esta mañana, para sosegarme, no caer en el estrés y siguiendo mi lema de: "cuando hay algún problema que parece irresoluble déjalo y verás como se soluciona sólo", he decidido salir de la oficina y vagar (jeje, nunca mejor dicho), por el centro de mi amada Zaragoza.
Así andaba tan dicharachero cuando me he encontrado con un amigo que llevaba días sumergido en una depresión y no acababa de asumir su reciente separación tras casi 15 años de aparente feliz matrimonio. Estaba sonriente, dinámico y trasladaba a todo su alrededor un halo de energía positiva capaz de enviar un cohete al espacio. Sorprendido le he transmitido mi alegría de verlo así y le he preguntado el motivo de su cambio de actitud. Me ha dicho que ha conocido en días pasados al amor de su vida precisamente en su trabajo. (Trabaja en extranjería). Se nota que la quiere con un amor acendrado e insomne. Es una colombiana de armas tomar, a juzgar por la foto que se ha apresurado a enseñarme.
Hemos entrado a celebrarlo en una zona de bares de tapas del centro. 8 vermús con sifón y 8 "Señoríos de Lazán" más tarde, más la comida posterior con sus postres y copas, hemos terminado abrazados y en mi caso que soy de lágrima fácil, resbalándome unas lagrimillas por la mejilla. El me consta que ha cerrado sus ojos para esconder la inminencia de sus lágrimas. El camata se ha creído que éramos gays.
El caso es que hace una hora más o menos he regresado a la oficina y ya desapareció el problema que tanto me quería atormentar esta misma mañana. Es curioso.
Hacerme caso, cuando tengáis algún problema, nada mejor que salir a dar un paseo y observar a la gente. La mejor terapia.
Como quiera que son fechas de compromisos, esta noche tengo también una cena que no puedo eludir e imagino que también con las consiguientes copas. Presiento ya que esta madrugada entrando a casa con el culposo sigilo de como quien entra a robar perderé toda autoridad para recomendarles a mis hijas que respeten la hora de retiro a casa.
Espero sobrevivir a mañana para volver a entrar a estos paneles a saludaros de nuevo.