Rosas Blancas
Por Josué Alfonso
Pensé mandarte rosas rojas
pero por más que busqué
no había
no las encontraban
o no me las quisieron vender
(tengo mala fama en mi pueblo).
Entonces me acordé
de aquella ancianita
que vive por la cascada
camino rumbo a la ciudad.
Recordé que un día
pasando por ahí de carrera
me fijé que en su casa tenía
un jardín de rosas.
Acudí a buscarla
y la encontré.
Su jardín lucía
con rosas de todos colores:
rojas, rosas, blancas, amarillas
y de muchos colores más
que ya no me acuerdo.
Mas antes de pedirle
por tus rosas rojas
viéndome ella en los ojos
con voz que resonaba
a viento y tiempo
me preguntó:
"¿y tú
muchacho
la amas?"
No sé qué pasó entonces.
Se me vino a la mente
tu rostro y tu sonrisa.
Sentí en el pecho
tu ausencia.
Me quede estupefacto.
Frente a la mirada de la anciana
no pude decir nada
ni sonreír tan siquiera.
Sólo mis ojos hablaban
brillantes
con las tres o cuatro lágrimas
que de mi pecho brotaban.
Aquella viejecita linda
sonriente
—como toda una mujer—
con un fuerte y tierno abrazo
al instante me dijo al oído:
"Lleva entonces
estas rosas blancas
pero al entregárselas
sólo mírala
no digas nada. Y ahora vete
que estoy ocupada".
No sé cuánto tiempo
he caminado
Pero ahora estoy
frente a la puerta de tu casa
hablando solo
(contigo)
esperando
que abras la puerta
para entregarte
las rosas blancas
del jardín de aquella anciana
quien me dijo
que al ofrecértelas
no te dijera
que te amo..
© Josué Alfonso.