Bueno, ya no tanto, Mimmi, ya no me da tanto miedo volar, y verás cuál es el motivo al terminar de leer la historia. A ver si saco billete para Sonora, Nuevo León, etc..., pero hay tantos estados de allí que me gustaría visitar, que necesito más vacaciones....o esperar a la jubilación.

Bueno, os cuento, retomando lo anterior, aunque ya se que es difícil de creer os aseguro que no miento.:

La monja tenía bajo sus hábitos unas medias de rejilla negras, un tanga blanco, y unos ligueros. Nada más descubrir esto, cambió repentinamente mi percepción negativa hacia ella y entre ambos se estableció una corriente de simpatía de difícil explicación. El viaje era largo pero prometedor.

Ella tomó la iniciativa, como a mí me gusta. Con voz tronante y segura me dijo:

-Me llamo Celia, y estoy aquí para hacerte feliz durante lo que queda de viaje.

En este instante, la azafata, me tocó en el hombro, y me despertó:

-Quiere tomar algo de cena??.

Los mejores sueños se tienen a veces desde la involuntariedad, porque una hora después volví a inclinar la cabeza con la esperanza de retomar el sueño y mis derroteros de esta vez fueron por otros cauces.

No sé lo que opinaría Freud, pero me dio por soñar que al bajar del avión todos tropezaban en el escalón y yo miraba por la ventana y me carcajeaba. La caída de una persona,  es muy divertida, siempre que no haya fractura.

Especial interés tiene, por su espectacularidad, las caídas de las monjas. Una monja tropezando, o mejor dicho, tropezada, ocupa más espacio que el resto de los ejemplares sociales. Más espacio de aire y más espacio de suelo. Es mera cuestión de física. Ya lo dice el refranero español:” Monja caída,  acera escondida.”. Por eso yo estaba pendiente de los pasajeros a medida que iban descendiendo del avión, pero el destino quiso que mi turno fuera anterior al de Celia (la monja).

 Yo también resbalé.

 La mejor manera de sobrellevar una caída imprevista como aquella era reírme de mí mismo. Ello demuestra un sentido del humor y un dominio de las situaciones adversas sólo al alcance de los más grandes. En este instante desperté de nuevo. Intercambiamos unas miradas de complicidad la monja y yo, y me sonrió como si estuviera adivinando mis sueños......

.........continuará....

En honor a la verdad, debo confesar, que pese a la risa, mi primer sueño fue el favorito.

Desde entonces, incluso he perdido algo el miedo a volar.

Por fín llegué a Río. Al llegar al hotel Marriot, en plena avenida del Atlántico, el recibimiento no pudo ser mejor. Varias mulatas se empeñaron en que aprendiera a bailar la samba, pero los ritmos de mis caderas hacían caso omiso a las órdenes de mi mente . Me acerqué a la barra del bar, más que nada para dejar de hacer el ridículo, y me pedí un caipiriña. Allí me encontré con un comercial, viejo conocido de andanzas, natural de un pueblo llamado Beceite, en la provincia de Teruel,  y seguía tan enamoradizo como de costumbre. Abrazos, preguntas por las familias, etc… Unos cuantos cócteles más tarde, me confesó que estaba profundamente enamorado de una joven mulata llamada Babet, a la que le gustaban mucho las sardinas en aceite,  y me pedía consejo sobre unos versos que había escrito para conquistarla. Decían así:

“ Y como era muy sencillo/ el hombre se fue a Beceite/ tras comerse un bocadillo/ de sardinas en aceite”

-Para mí que Babet, en cuanto los lea, te deja-le dije, como consejo de amigo.

……………..continuará, que ahora tengo que irme a trabajar.