Este proyecto en el que su autor ha invertido más de 200 millones de pesetas (dice que toda su fortuna) nació en 1995, pero pocos se han dado por aludidos y si lo han hecho, después han reconsiderado la cuestión.
Es por ello que no se van a abandonar de modo definitivo los combustibles fósiles: que generan un inmenso negocio, y poco importa el cambio climático y la conciencia global sobre la necesidad de ese cambio ya.
Porque el capital no apuesta por lo innovador, apuesta por la cuenta de resultados y ahora les ha entrado la fiebre por la generación de biodiesel a partir de biomasa en todo el mundo y nuestro país no es la excepción. Se han lanzado a darle un nuevo uso a la agricultura que en algunas partes, dicen, van a hacer peligrar los cultivos destinados a la producción de alimentos.
En cambio se ve poco interés en apostar, por ejemplo, por el hidrógeno, que sí sería un combustible que no sólo cambiaría el modo en que usamos la energía, sino también las relaciones económicas a nivel mundial. Pero claro, esto no lo van a hacer los defensores del “status quo”. El capital no se va a mover hacia arenas movedizas.
Y mientras el capital aprieta y los gobiernos bailan, a los inventores les consideramos locos, genios que tienen una idea, pero que no puede venderse. Y los demás pagamos religiosamente la energía al precio que nos quieran imponer, dejando a medio mundo, los que no tienen dinero, fuera del acceso a lo más básico: la electricidad.