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Izquierda: Imagen de la zona exacta, marcada con una X, en la que tuvo lugar el naufragio frente a Sálvora. Derecha, El buque de vapor ‘Santa Isabel’ desde la proa FOTO: X.M.F.P. |
Hacía apenas 9 años que el Titanic se había hundido en aguas de Terranova dejando sobre el mar una estela de muerte; aquella gélida noche del 2 de enero de 1921 (el domingo hará 90 años), Ribeira sufrió una tragedia similar y amaneció a golpe de sirena: el buque de vapor Santa Isabel se iba a pique frente a la isla de Sálvora.
El naufragio se saldó con la muerte de 213 pasajeros y dejó una profunda huella en la historia del municipio: el rápido auxilio que los vecinos de la isla de Sálvora prestaron a las víctimas permitió salvar 53 vidas.
La localidad a la que el rey Alfonso XIII acababa de otorgar el título de ciudad en el año de su boda (1906), pasaría a la Historia por esta heroica acción como Muy Noble, Muy Leal y Muy Hospitalaria (aunque sobre este último título no existe documentación y hay quien cree que fue invención de algún cronista).
Pero aquella historia negra tiene sus nombres propios.
El buque, acabado de construir el 21 de octubre de 1916, pertenecía a la Compañía Trasatlántica Española, cuyo presidente era el Marqués de Comillas. Tenía 1.181 toneladas de registro, medía 88,85 metros de eslora y estaba valorado en unos seis millones de pesetas de la época.
Hacía la ruta Bilbao-Cádiz como servicio auxiliar de traslado de pasajeros de los puertos del norte de España al puerto de Cádiz, donde se cogían los grandes trasatlánticos que hacían las travesías hacia Argentina.
Tenía 40 literas para los pasajeros de primera clase, 16 para los de segunda y 400 para los de tercera. El día anterior (Año Nuevo de 1921), había zarpado de A Coruña rumbo a Vilagarcía, con el mar grueso y fuerte viento.
Llevaba a bordo 266 personas: 78 tripulantes y 188 pasajeros (entre ellos, Pedro Paz Míguez, hijo del alcalde de Miño). A las diez de la noche, a la altura de Fisterra, se desató un fuerte temporal que dificultó la navegación.
El capitán ordenó a los pasajeros retirarse a sus literas y redujo la velocidad. Poco después de la una y media de la madrugada del día 2, cuando pasaba a 200 metros de la isla de Sálvora, concretamente en los bajos de Meixides, embistió contra unos bajos rocosos y empezó a hundirse de proa tras partirse el casco en dos.
En ese mismo lugar se habían hundido ya varios vapores ingleses, el barco de guerra español Cisneros y el vapor Larache. El vapor pidió auxilio a las 01.55 horas; el radiograma se recogió en la estación de Fisterra pero, cuando el operario preguntó por su situación, ya no contestó nadie. El Santa Isabel se fue a pique dejando a la vista un tercio de la chimenea y el palo de proa.
El suceso sorprendió a la mayor parte de los pasajeros y tripulantes durmiendo. En Sálvora (de unos 60 habitantes) sólo se habían quedado esa noche las personas de mayor edad y las madres solteras con sus hijos; el resto habían ido a Aguiño a celebrar con sus familias el Año Nuevo.
De modo que, entre las primeras vecinas de Sálvora en echarse al mar en una dorna para socorrer a las víctimas estaban cuatro jóvenes que pasarían a la Historia como las heroínas de Sálvora: Josefa Parada, de 25 años; Cipriana Oujo, de 16; María Fernández Oujo, de 14, y Cipriana Crujeiras, que remaron casi cinco millas hasta llegar al barco en medio de un fuerte temporal.
Entre los primeros rescatados estaba el capitán, Esteban García Muñiz, que fue encontrado sobre una tabla y que se había quedado mudo. También se salvó el maquinista, Juan Antonio Pérez Cano. Pero pronto empezaron a llegar a Aguiño las dornas con los primeros cadáveres a bordo. Una de las embarcaciones que participó en esa tarea fue el Rosiña.
Entre los muertos (muchos de ellos campesinos de Ferrol), estaban el primer oficial, Luis Lazaga, que se había salvado en el naufragio del vapor Eizaguirre, ocurrido en el Cabo de Buena Esperanza, en el que sólo habían sobrevivido 8 personas; Antonio Pescador Saberón, capellán del barco; y el primer maquinista, Miguel Calvente (malagueño), rescatado con vida, pero que murió al llegar a tierra.
Pero hubo también una persona salvada por la divina providencia: Manuel Abad, que había comprado el pasaje para ir a Cádiz en el Santa Isabel y que, a última hora, decidió ir en tren.
La primera embarcación que pasó por la zona tras el naufragio fue el vapor de la Compañía Ibarra; para entonces ya sólo había en el mar una larga estela de maletas. En el caso de este hundimiento, fue la primera vez que se aplicó el seguro de emigrantes.