Cómo habremos hecho para vivir tantos años sin teléfono móvil? Aprovechando uno de estos puentes que el calendario laboral nos regala, aproveché para ir al mar en Tenerife con unos amigos de allí, de la Orotava, que otro puente anterior me habían obsequiado con su presencia aquí en Zaragoza.
Pasear por la playa oyendo las conversaciones telefónicas del prójimo que va en traje de baño y con el pinganillo en la oreja, dando la sensación de que habla sólo, es un ejercicio saludable, a la vez que entretenido.
En Zaragoza no tenemos esta suerte. Me encanta el mar. Para mí que es porque a mi mujer le encanta la montaña. Debe ser eso.
Las playas son escenarios cruzados de millones de llamadas de teléfonos móviles.
A diez metros de distancia, el ruido de las olas impide escuchar con nitidez la conversación, pero a cinco se oye a la perfección. De tal modo que si la conversación del individuo que chapotea resulta interesante, pasean detrás de él unas cien personas pendientes de su charlita.
Me encontraba haciendo tiempo para la hora de comer y recorría la playa de Bollullo de punta a punta, cuando me crucé con un individuo teléfono en ristre. Caprichos del destino, era de Zaragoza. Lo conocía y nos saludamos solemnemente con un leve movimiento de cabeza. Al cruzarse conmigo, este le dijo a su interlocutora: «Sí, pero me parece mal que te vayas con Manolo a Ibiza». Dejé que pasara, e inmediatamente di media vuelta y me puse a andar a cinco pasos de mi conocido.
Se caracteriza este tipo de personajes por la irrelevancia que concede al resto de la humanidad. No le importa ser oído. La conversación aumentaba de tono.
«No, no te estoy diciendo que eres una golfa, te estoy diciendo, y a ver si me entiendes de una puta vez, que estar conmigo y marcharse con Manolo a Ibiza es algo que me puede molestar».
En ese punto del debate, paseábamos tras él unas treinta personas, que nos empujábamos para no perder la orilla. «Tiene razón», me comentó la señora que paseaba a mi lado. «Mejor no prejuzgar, señora», le respondí.
Seguía el con su pinganillo. «¿Qué me dirías tú si me fuera mañana a Biarritz con Tamara?». Silencio entre los perseguidores. La mujer de mi lado asintió con preocupación. «Pues sí –prosiguió nuestro protagonista–, sería lo mismo. Pero a ti te parece mal lo de Tamara y encuentras normal lo de Manolo».
En ese momento, una señora entrada en carnes pero de muy buen ver, para mi gusto, no pudo reprimirse y gritó: «¡Manolo es un cabrón!». El individuo del pinganillo dejó de chapotear, se volvió hacia la señora y le agradeció el comentario.
«Una señora que está por aquí ha dicho que Manolo, sí, óyelo bien, es un cabrito». De nuevo, se dio la vuelta. «Dice mi novia que no se meta usted en donde no debe». Ahí protestamos todos.
«Oye, que la gente está indignada contigo, y creo que con razón».
La cosa terminó fatal, y nos fuimos con él a tomar una copa a un chiringuito. «Llama a Tamara y márchate con ella a Biarritz», le recomendé. Pero el hombre no estaba para bromas. Secó las lágrimas de su pinganillo y se largó
……..Continuará…..