La gente sabe mejor que nadie como están las cosas. Puede que no tenga los ratios bancarios al minuto y puede que si le preguntan por cómo se desenvolvería en el área del Corporate Risk, tuerza el morro sospechando alguna vejación oculta en el término. Puede incluso que a pesar del curso acelerado de economía global al que asiste desde que comenzó la ruina, los términos técnicos se le escapen. Pero aseguro que nadie sabe más de lo que pasa que la gente, porque es ella a la que llegan las aguas, ella la que aplaca la tempestad, ella la que manda a los niños a la cama con un vaso de leche prestada, ella la que sabe que es estar jodido de verdad. Porque no tiene margen. Los bancos, las empresas, las casas reales, incluso los funcionarios, tienen margen de maniobra. Y en los pueblos las cosas se apañan de manera más solidaria, cambista en suma, pero es raro que falte algo esencial en la mesa. En los barrios y las ciudades dormitorios, escasea casi todo, sobre todo la ilusión que asoma su tristeza infinita en la mirada de los que deambulan sin saber ya adónde acudir a pedir auxilio.
La hija de Carlos Fabra, diputada al congreso y burra como ella sola o quizá por herencia, soltó la ya famosa frase en el Congreso cuando el presidente del Gobierno anunciaba el recorte de las prestaciones por desempleo y da igual que pida perdón un millón de veces. La calaña le salió del alma y la dejó retratada para siempre jamás como dicen los niños pequeños. Dice estar avergonzada, pero da igual que sea o no verdad. Lo que vale es que la gente está jodida y no porque ella le mande a ello sino porque políticos de su calaña familiar se han pasado la vida en el mangoneo provinciano más oneroso. Da igual. La gente no necesita que le deseen lo que ya tiene desde hace mucho. El asunto no es ese.
El asunto es si la gente puede estar jodida durante el tiempo que los gobiernos de la Unión Europea necesitan que lo esté para así poder dedicarse a salvar a los suyos: Los bancos y las cajas. Y el problema es que nadie sabe cuánto tiempo puede la gente ir a pedir a Cáritas sin que la vean los vecinos de piso, ni cuánto tiempo tal cosa le va a seguir importando. Porque nadie conoce a la gente ni cómo va a reaccionar. Le pasa como a la naturaleza con el hombre: Cuando cree que la ha dominado, le llega el tsunami y ¡a correr! La gente es imprevisible por su carácter heterogéneo y porque guarda la sensibilidad colectiva a buen recaudo para que los mirones como los sociólogos, nos sigamos equivocando cada vez que proyectamos su comportamiento, sea en un evento electoral, en una manifestación o en la cola del pan.
La diputada Fabra le ha regalado a la gente la frase perfecta y estoy seguro que si no se ha arrepentido de haberla pronunciado, le queda mucha vida por delante para hacerlo. Se le vendrá encima renuentemente quiera o no y su partido, el denominado popular, la tiene bien jodida con este asunto.
Es posible que la clase política siga sintiéndose a salvo de la gente, porque cree que la conoce y cree que la podrá manejar sin tener que aflojar la bota. El caso es que de pronto le puede estallar como la certeramente trágica llamada mina personal. ¡Que se jodan! Empieza a oírse fuera del Congreso de los Diputados. ¿A quién se referirán?
Son pocos los oídos como voces o augurios, pero algunos son. Julio