PARÍS- Primero fueron Grecia, Portugal, España e Italia los enfermos de la economía europea sometidos a tratamiento y algunos mejor que otros ya en vías de restablecimiento. Ahora es Francia, la segunda economía de Europa, quien ocupa la sala de observación. Los indicadores parpadean y las alarmas se han disparado. No sólo porque «The Economist», un semanario abiertamente liberal y algo franco-escéptico, advierta de que el Hexágono es una «bomba de relojería» en el corazón de Europa, sino porque agencias como S&P y más recientemente Moody’s no dejan de degradar la nota gala sobre su deuda pública e incluso los vecinos alemanes estudian el caso francés como el de un enfermo al que quizá habrá que socorrer.

Reformas estructurales
Es, de hecho, lo que muchos analistas pronostican si Francia no acomete las tan reiteradas reformas estructurales que desde hace décadas aconsejan, incansables, organizaciones internacionales como la OCDE, el FMI o el BCE. Medidas anunciadas tantas veces como abandonadas ante la imposibilidad de reformar un país aquejado del «mal francés»: el inmovilismo y la desconfianza, como bien retrató el político galo Alain Peyreffite. Con frecuencia, estas medidas han sido tumbadas por la presión sindical y la protesta de la calle ante las que los sucesivos Gobiernos se han inclinado.

El diagnóstico es, a todas luces, inapelable: crecimiento estancado, falta de competitividad, constante aumento del paro (10,8%), una abismal deuda pública (91% del PIB hasta septiembre) y una balanza comercial altamente deficitaria, además de una voluminosa Administración que contribuye a disparar el gasto público.

Ante tal panorama, el realismo económico ha obligado a una mayor lucidez al Gobierno de François Hollande y a renunciar a algunas de las promesas electorales del presidente. La austeridad no formaba parte de su programa, pero sí estaba en las previsiones de muchos economistas. El ajuste económico de 33.000 millones de euros en subidas de impuestos y recortes para 2013 es un primer paso. Y seguramente insuficiente para cumplir con el objetivo de reducción del déficit al 3% en 2013.

El plan de 20.000 millones en desgravaciones fiscales para las empresas pretende generar un «choque de competitividad» en una maltrecha industria gala cada vez menos atractiva. El coste por hora trabajada es de los más altos de Europa. Y países como España se están convirtiendo en una seria amenaza para Francia en el mercado internacional. Hasta el punto de que empresas galas como Renault deciden deslocalizarse al otro lado de los Pirineos.

Según un reciente informe del instituto de estudios económicos Coe-Rexecode, «entre 2008 y el segundo trimestre de 2012, los costes laborales unitarios en la industria retrocedieron un 9,8% en España mientras aumentaron un 5,3% en Francia». Los sacrificios e impuestos a la economía española parecen estar dando sus frutos. Poco a poco, España gana terreno en las exportaciones, y en muchas ocasiones en detrimento de Francia en determinados sectores industriales, con un efecto negativo para los salarios galos que podrían sufrir un fuerte frenazo, según el análisis de los expertos de Natixis. Además, en comparación, mientras el déficit comercial español se reduce, el francés sube hasta los 70.000 millones. Un desequilibrio que urge ser compensado.

Las reformas del Gobierno de Rajoy explican que el español sea hoy, según Eurostat, el «tercer mercado laboral más flexible de Europa». En cambio, las rigideces persisten en el vecino francés.

En negociaciones para reformar el mercado de trabajo e introducir mayor flexibilidad, el Ejecutivo y los agentes sociales se han dado de plazo hasta el primer trimestre de 2013. Aunque sigue siendo una incógnita hasta dónde están dispuestos a llegar en materia de salarios y de duración de la semana laboral, de momento, constreñida por las famosas e ineficaces 35 horas.

Francia está en el trío de cabeza del gasto público en Europa. Representa un 57% de su PIB, cinco puntos más que en 2007 y diez por encima de su principal socio y rival, Alemania. De hecho, con 17 millones de habitantes menos, el gasto público estatal francés es superior en 150.000 millones al alemán.