Hace muchos años, cuando en las casas vivíamos batallones compuestos por papá, mamá y muchos hermanos, había casi siempre un miembro más de la familia, aunque no nos uniera ningún lazo de sangre, que bien podía llamarse Dora, Gloria o Adelina. Era la señora que ayudaba a la mamá en el brete de los oficios varios, que también fungía de niñera y recreacionista natural, muy capaz de aplazar una planchada para jugar un rato con los chiquitos de la casa, llevarlos de paseo o para entretenerlos con historias de su infancia, que casi siempre incluían un espanto, un animal muy raro jamás vuelto a ver por parte alguna y una adivinanza para la que ni ella misma tenía la respuesta. Vivían con nosotros y se trataban con el mismo respeto que nos inspiraban nuestros padres. Al novio, que le hacía la visita en el zaguán, aprendíamos a quererlo tanto como a su prometida, pero nos partía el alma cuando le proponía matrimonio, porque sabíamos que formar su propio hogar equivalía a decirle adiós al nuestro. Con la reducción de las familias fueron desapareciendo "las internas", para darles paso a "las de por días", proceso en el que han perdido y han ganado. Han perdido su nombre, para empezar. Ahora es la muchacha, la empleada o la de por días, cuando no "la manteca". Perdieron una familia, pero se ganaron seis "patronas". Ahora lidian con seis temperamentos diferentes y con tantos caprichos como habitantes hay en cada casa en la que ayudan. Han ganado reconocimiento en la legislación laboral. Tienen derecho a contrato, a seguridad social y a prestaciones sociales, aunque casi todos los empleadores se pasan la norma por la faja. Pero que no falte el uniforme… ¡Que vivan las diferencias bien marcadas… No solamente son mal remuneradas sino que, en ocasiones, son consideradas mulas de carga que reciben fuete, órdenes y ofensas del señor, la señora, los niños, la suegra que está de visita y hasta de Paco, el perro de la casa. "Cambiar los tendidos. Lavar la ropa, incluida la de mano. Barrer. Lavar los baños. Sacudir. Limpiar vidrios, puertas y paredes. Hacer el almuerzo, la carne se está descongelando, pero para usted hace un huevo. Organizar el clóset de Daniel. Cambiar el mantel, sin ir a quebrar el vidrio de la mesa, porque se lo descuento. Embetunar los cuatro pares de zapatos que dejo junto a mi cama. Pegarle el botón a la camisa rosada. Sacar a Paco. Remover la tierra de las matas y regarlas. Lavar la estufa y la nevera. Planchar la ropa. Si me acuerdo de algo más, la llamo. Y me espera para revisarle el bolso". Huelgan por favor y gracias. Esta lista, muy recortada porque el espacio obliga, fue tomada de las instrucciones dejadas por una señora para "la muchacha" que va cada quince días. Inadmisible que en épocas de discursos tan bonitos sobre inclusión y equidad, en un oficio tan noble ejercido por personas que podrían llamarse ángeles custodios, se concentre tanto maltrato, discriminación y humillación. Y no contentos, hay quienes esperan que un solo día hagan lo que la familia no hizo y deshizo en dos semanas. ¡No hay derecho!
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