Libre de temor, celebro los regalos que me brinda la vulnerabilidad.
Cuando doy poder a mis temores, soy como un caballero medieval en su armadura. Mis defensas me escudan de mis temores, mas también me impiden tener un vínculo humano auténtico. Cuando dejo ir cualquier preocupación acerca de ser lo suficientemente bueno, soy libre para crecer y alcanzar mi pleno potencial. Al dejar ir el temor a ser lastimado, puedo experimentar todos mis sentimientos.
Tengo presente que soy digno, y abro mi corazón para dar y recibir amor. Elijo ser vulnerable en vez del estar a la defensiva; la humildad en vez de la agresión. Permito que mi corazón se abra a todo lo que es. Vivo desde mi centro de amor y trato a los demás como me gustaría ser tratado.
Pero los humildes heredarán la tierra y disfrutarán de gran bienestar.—Salmo 37:11
El amor sanador se siente como un baño tibio y reconfortante. Soy amado y apoyado, y tengo presente que todo promueve mi curación. El amor de Dios me calma y alivia cualquier dolor. Recibo alivio al abrir mi corazón al Amor Divino.
En este momento, me siento renovado y restaurado. Mi respiración fluye suave y naturalmente. Con cada aliento, experimento más salud y paz. El proceso sanador de Dios obra desde la punta de mi cabeza hasta la punta de mis pies. Cada célula trabaja en armonía y cada órgano responde positivamente. El amor de Dios unifica mi mente, cuerpo y espíritu. La energía sanadora fluye en mí y por medio de mí. Afirmo mi unidad con el Amor Divino, la fuente de toda curación.
Mi Señor y Dios, te pedí ayuda, y tú me sanaste.—Salmo 30:2