Respiro el aliento de Dios y entro en un lugar de paz y serenidad.
La respiración profunda y rítmica proporciona ejercicio tanto mental como físico. Aunque es una función involuntaria de mi cuerpo, cuando enfoco mi atención en ella y controlo su ritmo, entro en un plano diferente de sosiego y paz, y establezco un vínculo más profundo entre la mente, el cuerpo y el espíritu.
Respiro más conscientemente, permitiendo que cada exhalación sea más larga y cada inhalación más profunda. El latido del corazón y la presión sanguínea se acoplan y los músculos se relajan. Existo solamente en el momento presente, en este lugar de paz. Gracias a este estado mental calmado y receptivo me conecto con el Espíritu en mí. Al regresar a mis actividades, traigo conmigo la paz y la serenidad que he suscitado ¡y estoy listo para el resto de mi día!
El espíritu de Dios me ha creado; el soplo del Todopoderoso me dio vida.—Job 33:4