A veces, las circunstancias pueden reflejar escasez, como si las oportunidades fueran limitadas. En vez de permitir que el temor me cierre el corazón, mantengo mi confianza y fe en el Espíritu divino. Elevo mis ojos al amor abundante de Dios, y abro mi corazón para sentir Su amor. Afirmo: La abundancia divina es ilimitada. Estoy preparado y receptivo para recibir mi bien.
Al abrir mi corazón, también presto atención para saber qué me corresponde hacer. Así tendré una visión completa de cómo mi abundancia vendrá a mí. Las ideas divinas pueden surgir una a la vez —puntos de apoyo para una vida abundante y fructífera. Me entrego al plan que la Vida tiene para mí, espero lo mejor y lo recibo con gozosa gratitud.
El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás.—Juan 4:14
Envuelvo a otros en mis oraciones de luz, amor y paz.
Mis oraciones por seres queridos alinean mi mente y corazón con la verdad de que vivimos juntos en la luz y el amor de Dios. En este espíritu de unidad, aquieto mis pensamientos y me dirijo a Dios en mí. En meditación silenciosa, mantengo a mis amigos y familiares en oración.
Los veo como seres de luz, guiados por la sabiduría divina, irradiando vida y energía, saludando cada día con un espíritu de amor y paz. Conozco esta Verdad para ellos: Son más que cualquier reto que puedan enfrentar. Todos somos expresiones de Dios, amorosas, compasivas y amables. Dejo ir cualquier sentimiento de preocupación, sabiendo que las personas por quienes oro son guiadas a su bien.
Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros.—Juan 13:34