Yo soy abundantemente bendecido, y una buena manera de demostrar mi aprecio por el bien en mi vida es bendiciendo a los demás. Hoy me comprometo a ver a los demás con nuevos ojos. Aprecio a las personas como seres divinos que merecen mi amabilidad y respeto. Con amor en mi corazón, les envío bendiciones de paz y prosperidad.

Bendecir es poderoso, una forma de apreciar a las personas en mi vida. Bendecir a otros me bendice a mí, mantiene mis pensamientos enfocados en la divinidad que compartimos y en nuestra hermandad como hijos de Dios.

Prosigo con mi día con esta oración en mi corazón: Te bendigo y soy bendecido. Doy gracias por ti, por tu vida, por tu amor y por todo lo que hace que seas la persona que eres.

El mundo se ilumina cuando las personas nos tratamos con amabilidad y respeto. Hoy me comprometo a compartir mi luz siendo afable. Compartir una palabra amable o un gesto considerado puede tomar solo un momento, pero puede cambiar el día de alguien.

Soy vigilante con los pensamientos y criterios que mantengo. Tengo presente mi decisión y determinación de ser una persona cordial. Presto atención y soy atento con el mundo a mi alrededor. Cuando comparto una sonrisa, comienzo una reacción alegre en cadena. Demuestro interés al escuchar a otros y los animo a compartir. Gracias a mi naturaleza benigna y compasiva, las personas a mi alrededor se sienten alentadas a ser bondadosas.

En el Libro de Hechos en el Nuevo Testamento, Saulo de Tarso, un perseguidor de los cristianos, viajaba por el camino hacia Damasco cuando una luz del cielo lo cegó. La voz de Jesús le dijo, “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Tres días después recuperó la vista y, con claridad y visión espirituales, comenzó a predicar las enseñanzas de Jesús. Me veo reflejado en esta historia. A veces, me enfoco tanto en lo negativo que me ciego a la belleza y a las bendiciones que tengo ante mí. Cuando participo en el mundo con amor en lugar de temor, veo con más facilidad el Cristo que mora en mí y en los demás.