Una noche, una gran tormenta visitó aquel sitio, y Almustafá y sus discípulos, los nueve, entraron en la casa y sentáronse ante la chimenea encendida. Y estaban tranquilos y silenciosos.
Luego, uno de sus discípulos dijo:
Estoy solo, maestro, y los cascos de las horas golpean pesadamente en mi pecho.
Y Almustafá se puso en pie en medio de ellos y dijo, con una voz que era como el sonido del viento fuerte:
¡Solo! ¿Y qué con ello? Solos habéis venido al mundo y solos pasaréis a formar parte de la niebla.
Por tanto, bebed vuestra copa a solas y en silencio. Los días del otoño han dado a otros labios otras copas, y las han llenado de vino amargo y dulce, así como han llenado vuestra copa.
Bebed vuestra copa a solas, aunque os sepa, a vuestra propia sangre y a vuestras propias lágrimas, y alabad a la vida por el don de la sed. Porque sin la sed vuestro corazón no es sino la playa desolada, sin cantos y sin mareas.
Bebed vuestra copa a solas y bebedla con exclamaciones de alegría.
Alzadla muy por encima de vuestra cabeza y bebed de un solo trago, a la salud de quienes beben a solas.
Una vez busqué la compañía de los hombres y me senté con ellos a sus mesas de banquete y bebí mucho con ellos; pero, su vino no se me subió a la cabeza, ni fluyó hasta mi pecho. Sólo bajó hasta mis pies. Mi sabiduría se quedó seca y mi corazón permaneció encerrado y sellado. Solamente mis pies los acompañaron en medio de su niebla.
Y no volví a buscar la compañía de los hombres ni a beber vino con ellos sentado a sus mesas.
Por tanto, yo os digo que, aunque los cascos de las horas golpeen pesadamente en vuestro pecho, ¿qué con ello? Bien está que bebáis vuestra copa de tristeza a solas, y vuestra copa de alegría también la beberéis a solas.
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