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General: Opinemos de los maras.. violencia brutal
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: DENUNCIANDO  (Mensaje original) Enviado: 22/04/2009 13:53

La violencia de las maras es brutal, impiadosa, injustificada y, sobre todo, visible. Los jóvenes integrantes de las pandillas viven en la calle, ostentan sus cuerpos tatuados y no ocultan su acceso a las armas o su afición por las drogas. Representan la violencia visible y personificada, pero no debemos olvidar que forman parte de una sociedad con una carga de violencia constante en todos sus estratos: violencia de parte de las autoridades y de la policía, y violencia en la esfera privada: el maltrato a las mujeres y a los niños, el machismo, los roles de género, la discriminación: desde las estructuras de poder hasta las estructuras familiares, todo está traspasado por esta cultura de la violencia.

Son muchos los motivos por los cuales las maras siguen reclutando jóvenes. Es una historia compleja sin soluciones rápidas o unilaterales. Muchos afirman que mientras el problema se enfoque como problema policial y se deje de lado su aspecto social y cultural no se podrá frenar este fenómeno. Las sangrientas guerras civiles con su herencia traumática y la influencia de las pandillas norteamericanas han contribuido a su formación, pero también la pobreza, el desempleo, las corrientes migratorias del campo a la ciudad, la creciente urbanización, el derrumbe de la estructura familiar, los padres ausentes, la búsqueda de la identidad de los jóvenes, la cultura de la violencia siempre presente. Y no menos el problema del hacinamiento: las viviendas ínfimas, donde, estadísticamente, conviven 3,3 personas en cada habitación, pero donde no es raro que hasta 5 adultos y 5 niños vivan en un sólo cuarto y cocina.

En familias donde reina el desempleo, el alcoholismo y la violencia, los niños y jóvenes que no quieren o pueden permanecer en su casa tienen una sola alternativa: la calle. Y ya en la calle son presa fácil de las clicas, que les ofrecen una identidad y la ilusión de pertenecer a una "familia". Otras alternativas no existen: el tiempo sobra, los adultos no tienen trabajo, los niños con frecuencia no van a la escuela y no hay canchas de fútbol, bibliotecas, cafés, discotecas o espacios donde los jóvenes puedan reunirse para actividades positivas. Queda sólo el "Barrio" o la "esquina".

Abandonar la escuela es, cuando no causa del ingreso a la mara, su consecuencia. Y quien no deja voluntariamente la escuela luego del ingreso a la pandilla, deberá dejarla a la fuerza, puesto que las escuelas cierran sus puertas a los mareros. El temor a la violencia, el uso de drogas, las armas, son motivos atendibles, pero es, a la larga, una situación insostenible.

El contacto con la policía es, más que contacto, un choque. Ambos grupos se aborrecen. Los mareros ven en la policía a sus enemigos y los policías suelen usar violencia no provocada y apalear a los mareros en cuanto se les presenta la oportunidad. Las dos partes recurren a la violencia como la aparente solución de los problemas, lo cual llevan este espiral de violencia a crecer aún más.

La mayoría de los jóvenes integrantes de las maras acaban tarde o temprano en la cárcel. Se calcula que cerca del 70% ha cumplido, alguna vez, una condena de prisión (3). La mayor parte por delitos de asalto, maltrato u homicidio. Si bien existen algunas instituciones para la rehabilitación de jóvenes pandilleros, la gran mayoría acaba en las cárceles comunes, donde se los mezcla con delincuentes comunes y con integrantes de las maras rivales. La situación de las cárceles deja mucho que desear: hacinamiento, malas condiciones de sanidad, prisioneros que permanecen meses y hasta años sin juicio y sin sentencia. En las cárceles se reclutan nuevos adeptos a las maras, lo que hace de este castigo una contribución a la espiral de violencia.

La vida como marero es, desde todo punto de vista, desgastante. De entre los jóvenes que han pertenecido a la mara más de cinco años, 8 de 10 quieren alejarse (según encuestas realizadas por la UCA, Universidad Centroamericana y por UNICEF) (4) pero es un deseo enormemente difícil de realizar, puesto que son jóvenes "marcados" por sus tatuajes y su dependencia de la droga. No tienen trabajo y las escuelas se niegan a recibirlos. Carecen de familia, vivienda y una red social y familiar que los apoye.

Hasta ahora ha sido la Iglesia Católica, en colaboración con algunas organizaciones de cooperación internacional, quienes intentan crear espacios donde estos jóvenes puedan recibir apoyo en su reinserción social, pero aún queda mucho por hacerse. Un ejemplo de programa muy apreciado ha sido el del Hospital Rosales en San Salvador, que ofrece la posibilidad de borrar los tatuajes con rayo Láser, lo que significa para muchos jóvenes la esperanza de una nueva vida: ser aceptados en las escuelas y poder conseguir un trabajo, metas imposibles de alcanzar para quienes estén "marcados". Lamentablemente son enormemente más los interesados en el tratamiento que las posibilidades del Hospital de brindar ayuda, pero el programa es un ejemplo de apoyo concreto en el proceso de reinserción social.



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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: BrisadelMar Enviado: 22/04/2009 14:29
Hola Opinando..
Con Tu permiso,coloco mas informacion sobre estos grupos,
 




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DELINCUENCIA Y MARGINALIDAD

Maras: el azote de Centroamérica y EE.UU. ¿Llegará a la Argentina?








Son las pandillas juveniles que se armaron en Los Angeles y se ramificaron por América del Norte y Centroamérica. Ya tienen filiales en Ecuador y Perú, Australia y el Líbano.







Gustavo Sierra. TEGUCIGALPA ENVIADO ESPECIAL
gsierra@clarin.com






Antonio, "El Satanás", se acomodó la pistola 9 milímetros que llevaba en la cintura y se sentó dispuesto a hablar "pa que los gringos sepan cómo somos los mareros (pandilleros) de verdad". "El Satanás" está muy "manchado", tiene tatuajes por todo el cuerpo y buena parte de su cara. En cada dibujo se destacan claramente las letras MS y el número 13. Esto indica que pertenece a la Mara Salvatrucha, la banda juvenil más poderosa del mundo con más de 100.000 miembros, nacida en la calle 13 de Los Angeles y ahora dispersa por todo Centroamérica con ramificaciones en Canadá, Australia y hasta el Líbano. "El Satanás", un muchacho de 19 años, delgado y de piel oscura llena de tatuajes azulados, es el jefe de una clika (célula) del barrio de El Carrizal, en uno de los cerros de los alrededores de Tegucigalpa, la capital hondureña. "Vamos a apurarnos que tengo que hacer un palme (matar). Tenemos que palmar a unos de la 18 que se nos quieren meter en el barrio", dice "El Satanás" con cara de nada. Los de "la 18" son los de la mara rival, la que nació en la calle con ese número en el South-Central de Los Angeles. Esa también es una banda internacional con "clikas" en las principales ciudades estadounidenses y centroamericanas.

A miles de kilómetros de Tegucigalpa, a unas pocas cuadras del Puente La Noria y la Capital Federal argentina, en el barrio de Villa Fiorito, el panorama de las calles no es muy diferente al de El Carrizal. Aquí no están los mareros pero aparecen los "pibes chorros" agrupados en dos pequeñas bandas, Los Chilenitos y Los Carlo. La primera gran diferencia es la estructura de unas y otras bandas. Las de Centroamérica son enormes y trasnacionales, las argentinas, casi familiares, de no más de 10 o 12 jóvenes. Las fuentes de financiación son similares en la distribución de droga, pero acá no cobran peaje ni "impuesto revolucionario" como en las poblaciones de Honduras o El Salvador, y se dedican al robo de autos para desguazarlos. Aunque ambas estructuras mantienen una premisa básica de "control de territorio". "Nos agarramos muchas veces con Los Chilenitos. Esos son todos unos pu... Se querían venir al barrio y no los dejamos nunca. Veíamos a uno y lo ca... a tiros", cuenta "El Pelao", un "pibe chorro" morocho y enorme que ahora dice estar retirado (ver Bandas...).

De regreso a El Carrizal, el relato es mucho más violento. "Broder (hermano), acá es así, a hierro. Matás o morís", asegura "El Satanás" mientras me muestra un tatuaje en la espalda con cinco tumbas con un RIP y un nombre marcados en el centro. Uno dice "panuda". Otro "mocos". En el de arriba se lee "chepa" (cana). "Ese es por un policía que me palmé. Los otros son los nombres de las clikas a las que pertenecían los que ya están hule (muertos)", explica "El Satanás" como si hablara de geografía.

En los años 50, en California, los jóvenes disconformes de esa época se agrupaban en pequeñas bandas que disputaban el dominio en el barrio. A lo sumo terminaba uno herido por algún navajazo, aún no había drogas duras ni ametralladoras AK-47. La más famosa de las pandillas de entonces, y que luego se convirtió en una banda criminal muy poderosa, era la de los Crips and Bloods. Cuando los anglos comenzaron a atacar a los mexicanos, éstos se organizaron para defenderse y copiaron el mismo esquema de las pandillas. El centro de sus actividades estuvo en el South-Central de Los Angeles. En los setenta, los hispanos se juntaban entre las calles 10 y 20 y cada esquina tenía una banda que rivalizaba con la de la siguiente. La gran explosión de estas pandillas se produjo con la llegada de los refugiados de las guerras civiles centroamericanas en los años 80. En 1992, la policía californiana se enteró de la existencia de la Mara Salvatrucha ("salva" por salvadoreños y "trucha" en su jerga significa "piolas", listos) porque sus miembros fueron los principales líderes del levantamiento popular (riots) que dejó en llamas buena parte del centro de Los Angeles. Los otros hispanos que llegaban en esos años se agruparon en la M-18, una antigua agrupación de mexicanos que ahora contaba con hondureños, guatemaltecos y nicaragüenses. El FBI comenzó a perseguirlos y encarcelarlos. Y en las cárceles californianas las maras se entremezclaron y se hicieron poderosas. Controlaban buena parte del negocio de la droga y de la inmigración ilegal. En 1996, el Congreso estadounidense aprobó una ley por la que cualquier extranjero que purgara más de un año de cárcel debía ser deportado a su país de origen. Entre el 2000 y el 2004, fueron expulsados casi 20.000 jóvenes con prontuarios criminales a sus países en Centroamérica. "Nos los devolvieron sin decirnos cuáles eran sus antecedentes. Llegaban a nuestros países con libertad para hacer lo que quisieran. Y lo que mejor sabían hacer era delinquir", explica Oscar Alvarez, el ministro de Seguridad de Honduras.

Los mareros encontraron el perfecto campo de cultivo: desocupación de más de la mitad de la población activa, pobreza extrema, desnutrición y analfabetismo por encima del 30%. Los jóvenes centroamericanos veían salir a sus países de la Guerra Fría, que se había trasladado de Europa del Este a las selvas nicaragüenses y salvadoreñas, más pobres y dominados. Los gobiernos corruptos y una oligarquía miope hicieron el resto. Las maras comenzaron a reproducirse como hormigas carnívoras. Precisamente de ahí habían tomado su nombre, de la Marabunta, esa plaga de hormigas que atacaba a una "república bananera" en el filme de 1954 dirigido por Byron Haskin y protagonizado por Charlton Heston. En Honduras, con una población de unos 7 millones, se estima que hay unos 40.000 mareros. En El Salvador, con 6,5 millones de habitantes, hay unos 20.000. En Guatemala, se calculan unos 6.000. En México hablan de otros 40.000. En Estados Unidos, 100.000. De todos modos, algunos advierten que estas cifras también son utilizadas por los gobiernos de turno para atemorizar a la población y ganar rédito político. "El problema es grave, pero hay que tener cuidado, las maras son el nuevo enemigo que agitan para distraer de los verdaderos problemas que padece la juventud en toda América latina", advierte Gustavo Zelaya, de la ONG Casa Alianza.

El primer trueno rompió sin aviso y retumbó entre los cerros. Comenzó un aguacero tropical con gotas grandes como guayabas y las palmeras parecían molinos de viento alocados. Pero en El Carrizal casi nadie se inmutó. Algunos sacaron los mismos paraguas que usan para taparse del sol, unos pocos se cubrieron la cabeza con una bolsa de plástico, pero la mayoría siguió caminando sabiendo de la inutilidad de intentar cubrirse de semejante catarata. Un momento más tarde, sólo se veían relámpagos alejándose por detrás del cerro más alto y bajaba un torrente de agua. La lluvia había pasado una vez más, a las apuradas y sin mayor trascendencia. Antonio "El Satanás", me dice que es hora de ir a "alucinar al cementerio a esos manes". Me aconseja salir del barrio antes de que lleguen sus "homis" (compañeros, así se llaman entre los mareros) y no tomar ni una fotografía "porque te palmas aquí". Se vuelve a acomodar la 9 milímetros y desaparece por uno de los callejones.

"El Satanás" me hace acompañar hasta la salida del barrio por un chico de 12 años que dice llamarse "El Pinta". Me cuenta que dejó la escuela en el tercer grado y que desde entonces anda con los "homis" de la Salvatrucha pero que todavía no es un miembro activo. "No pasé la graduación", explica. Para iniciarse hay que recibir una paliza por parte de varios miembros de la banda. Si el novato llega a dar algún signo de resistencia, vuelve a comenzar el conteo. En general, esto sucede a eso de los 13 años y los chicos quedan con severas secuelas. Las mujeres, para entrar en las "clikas" tienen que mantener relaciones sexuales con tres de los líderes. Los tatuajes los tienen que ir ganando con el cumplimiento de algunas tareas. Los más importantes sólo se obtienen asesinando. Y para convertirse en jefe tienen que haber matado al menos a un policía.

Las maras fueron ganando cada vez más terreno y comenzaron a ser utilizadas por los grandes carteles del narcotráfico para sus operaciones de traslado y distribución de drogas. Esa es hoy la principal fuente de ingresos. Aunque también obtienen divisas cobrando el "impuesto revolucionario" a las empresas de transporte público, a los distribuidores de alimentos, los comercios y hasta a los propios vecinos. La última semana fueron asesinadas dos chicas de 19 y 14 años en el barrio La Cañada, de Tegucigalpa, por quedarse con "un vuelto" de la droga que distribuían. La orden de matarlas fue lanzada desde la penitenciaría de Támara donde están recluidos algunos de los principales jefes. Las chicas fueron a pedir ayuda a un pastor evangelista del barrio a quien le confesaron que habían sido "esclavizadas" por la mara para hacer ese trabajo y que ellas no consumían.

El fenómeno de las maras preocupa enormemente a Estados Unidos y a todos los países centroamericanos. La semana pasada los cancilleres de todo el continente reunidos en la asamblea anual de la OEA, se comprometieron a lanzar una ofensiva contra lo que, dijeron, "es ya una plaga". A fin de mes habrá una cumbre de presidentes en Tegucigalpa para crear una fuerza especial multinacional antimara. El FBI ya abrió una oficina especial en San Salvador para investigar a los mareros. De acuerdo al sitio oficial de Internet de la Mara Salvatrucha (www.xv3gang.com), la banda tiene "clikas" desde Canadá hasta Perú y desde Australia hasta el Líbano. "Son los que se integraron a las maras en Estados Unidos y luego regresaron a sus países llevando la moda", se escribe en el mismo sitio Web.

Los expertos argentinos en delincuencia juvenil afirman que en nuestro país no hay maras. "Las bandas de pibes chorros no alcanzan de ninguna manera este nivel de organización y sofisticación. En nuestros barrios no hay una influencia fuerte de la cultura anglosajona de la pandilla", explica Alberto Morlachetti, un sociólogo creador de la Fundación Pelota de Trapo. Sin embargo, también todos coinciden en que en Argentina están dadas todas las condiciones de marginalidad, pobreza, corrupción y exclusión como para que proliferen maras y muchos otros males que afectan a los casi 10 millones de chicos pobres que hay aquí. "Si mantenemos estos niveles de exclusión, si dejamos que cada día miles de chicos salgan a mendigar, si sigue profundizándose el hambre entre la población, en diez años podemos tener las maras acá", asegura Juan Pegoraro, titular de la cátedra de Delincuencia y Sociedad de la UBA (ver "En diez años..."). Daniel Míguez, investigador de FLACSO, cree que "estas modas siempre van a estar tamizadas por la propia cultura, y esto no permite predecir cómo y cuándo vamos a llegar a las maras. Tendrán características comunes y otras diferenciales, pero podríamos llegar a tener estas grandes bandas".

En el barrio El Carrizal ya comienza a anochecer. La gente apura el paso. En un rato, los callejones serán todos para los mareros. Nadie se atreverá a protestar. Antonio "El Satanás" ya está detrás de sus enemigos de "la 18". "El Pinta" sube corriendo para ver si lo ayuda y finalmente logra convertirse en "un firme" dentro de la mara. Para ellos es un día común en esta difusa frontera entre la vida y la muerte, entre ser alguien entre sus "homis" o un paria social más.

Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: BrisadelMar Enviado: 22/04/2009 14:30
Los "muertos vivos" en las cárceles

Aparecieron de golpe y se pararon con actitud desafiante. Apenas si se tomaron el trabajo de alargar la mano para aceptar la mía. Parecen tener más poder que todos los guardias juntos. Son "los coordinadores" de la Mara Salvatrucha (MS) que representan a los 297 presos de esa pandilla en el Penal de Támara. "No hablamos más. ¿Para qué? Si lo único que buscan ahora es matarnos", dice el tipo alto y con tatuajes hasta las cejas. Pero hay otros mareros que están dispuestos a contar. Son los llamados "retirados", los que supuestamente abandonaron la mara, en contraposición a los otros que denominan "firmes".

"Entré a la MS acá en la cárcel, porque me dijeron que si no lo hacía me desmembraban", me dice Elson Fortín Ponce, un tipo alto, cara redonda y una barbita de dos puntas como las de un diablo. Hace seis meses que Elson pidió a las autoridades del penal que lo sacaran del pabellón controlado por las maras porque quería dejar la organización. "Y ahora soy como un muerto en vida. Todos son mis enemigos, los de la MS, los de la 18 y la policía, porque si salgo a la calle y ven los tatuajes van a creer que sigo siendo marero". Elson comparte una celda de unos cuatro metros por tres con otros once "retirados".

A su lado, está José Lenín Chicas Mejía, alias "El Peque", un pibe de 22 años con cara de nene que entró en la MS a los 15, cuando vivía en la colonia El Carmen de San Pedro Sula, la segunda ciudad hondureña. "Entrás en la mara contra la vida de tus padres. Yo era un sipote ('pendejo') y me parecía bueno andar con los homies. Tenía mujeres, armas, drogas. Hasta que caí por homicidio", cuenta "El Peque" con la ayuda de un grandote que le sopla desde atrás. "¿A cuántos me bajé? Varios, varios. Pero acá estoy por uno de la MS que quiso quedarse con mi colonia (barrio) y lo palmé (maté)", dice el grandote, de cara renegrida y tatuada con una enorme mano haciendo los cuernos. Los de este grupo están contentos. Para evitar enfrentamientos con sus ex compañeros serán trasladadosa una granja-penal.

En otra celda más pequeña está uno de los artistas del tatuaje, Antonio "Johny" Giménez, de 27 años, que ahora se dedica a una tarea más ingrata: trata de disimular los viejos tatuajes de sus compañeros "retirados", que se hacen dibujos por encima de los anteriores. "Los estoy rayando a todos. Pero no va a cambiar nada. Nosotros ya estamos rayados para siempre", me dice Johny mientras sus ojos achinados parecen apagarse.



Argentina busca caminos para prevenir las maras

A los pibes hay que darles belleza", dice Alberto Morlachetti, de la Fundación Pelota de Trapo, sabiendo que los chicos de Avellaneda con los que trabaja necesitan mucho más. "Tienen que tener belleza a su alrededor para poder apreciar, cuidar, saber recibir y saber dar. No es sólo darles comida y techo", agrega. Mario Espínola, de Pibes del Sur, sigue sus enseñanzas, y lo primero que hizo en los baños nuevos del hogar que tiene en Lomas de Zamora fue ponerles unos enormes espejos. "Estos chicos nunca se habían visto antes el cuerpo entero. Los baños tienen que ser bellos", dice Mario mientras muestra los talleres de panadería y carpintería en los que aprenden oficios los pibes.

Las estadísticas nacionales dicen que el 90 por ciento de los robos con armas son cometidos por chicos de entre 16 y 25 años, la misma clientela que nutre las maras centroamericanas. Entre ellos, los que caen presos regresan al delito a las 48 horas de salir libres. Para modificar este cuadro dantesco, desde hace tres años el Programa de Comunidades Vulnerables del Ministerio de Justicia nacional entrega subsidios mensuales de 150 pesos a 800 jóvenes, con la intención de que regresen a la escuela. La responsable del plan, Mercedes Depino, dijo a Clarín que el programa está destinado "a los marginales de los marginales" del conurbano.

Pero la principal amenaza de que las maras lleguen a Argentina sin duda está en el Gran Buenos Aires. Para desactivarla, el Gobierno provincial también paga $ 150 mensuales a 34.000 pibes de 14 a 21 años que participen de proyectos productivos.
 
 

Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: BrisadelMar Enviado: 22/04/2009 14:32
 


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