Hay una mujer
Que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor,
y mucho de ángel
por la incansable solicitud de sus cuidados.
Una mujer que siendo joven,
tiene la reflexión de una anciana
y en la vejez
trabaja con el vigor de la juventud.
Una mujer,
que si es ignorante,
descubre con más acierto
los secretos de la vida
que un sabio,
y si es instruida
se acomoda a la
simplicidad de los niños.
Una mujer, que siendo pobre
se satisface con los que ama,
y siendo rica,
daría con gusto sus tesoros
por no sufrir en su corazón
la herida de la ingratitud.
Una mujer que siendo vigorosa,
se estremece con el llanto de un niño,
y siendo débil
se reviste a veces con la bravura de un león.
Una mujer
que mientras vive no la sabemos estimar,
porque a su lado todos los dolores se olvidan,
pero después de muerta
daríamos todo lo que poseemos
por mirarla de nuevo un solo instante,
por recibir de ella un solo abrazo,
por escuchar un solo acento de sus labios.
De esa mujer
no me pidas su nombre,
porque ella puede ser tu hermana,
tu esposa o tu querida madre.